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Confundida la mujer trató de mitigar su dolor. Se vislumbraba al espejo y contemplaba su rostro en un intento de hallar qué era lo que estaba mal en ella. ¿Por qué? Sentía a millares a agujas bajo su piel, hiriéndola, haciéndole daño. Pero aquello no era dolor físico, no; iba mucho más lejos.

Entonces pensó que tal vez el daño terrenal mitigaría sus heridas espirituales. O no.

La mujer estaba perdida, no sabía ya quién era; se engañaba a sí misma con tal de no reconocer su imágen. Ahora era a una desconocida a la que distinguía en su reflejo; una chica que imitaba su más mínimo movimiento. No, ésa no era ella, ¿verdad...?, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

La mujer se mantuvo inexpresiva, dándose cuenta que la mejor forma de superar su complejos y problemas era aceptarse a sí misma.








Los Amantes



Los amantes se miraron a los ojos, sabiendo que tal vez aquella sería la última vez que se vislumbrarían. El chico quería llorar de rabia y desesperación; la chica por el contrario se esforzaba tratando de no chillar maldiciendo aquellas desgarradoras circunstancias.

Fue entonces cuando se dieron cuenta de todo el daño que se habían hecho el uno al otro. Se amaban, y a pesar de ello no pudieron dejar atrás su orgullo, sus celos, y su egoísmo. El amor en ocasiones no era suficiente.

La chica rememoró avergonzada las veces que había coqueteado con desconocidos delante de él, con la intención de demostrarle que ella no era suya pero que la cosa no ocurría al revés. Pensó entonces en su satisfacción cuando él la reñía, cuando se enfurecía y proclamaba a los cuatro vientos que ella le pertenecía.

El chico rememoró aquellas noches que había salido de parranda, en respuesta a la actitud que ella tenía con él, con la intención de llevarse a la cama a una Doña Nadie que olía a alcohol y colonia barata; cuya tez deteriorada por los vicios no se podía comparar con la de su amada. Seguidamente su aventura concluía con una retirada del local llevando el rabo entre las piernas, plenamente consciente de que en su mundo no existía otra mujer que no fuera ella. No obstante aquella salida no le era en vano, pues hallaba gozo en las preguntas indiscriminadas de su mujer sobre dónde había estado y en las numerosas marcas de propiedad que alojaba ella posesivamente en su cuerpo.

Ambos, tras recordar aquellas escenas, arrepentidos y pensando que áquel podría ser su último momento juntos, abrieron la boca y musitaron vehementemente «Perdón»; aquella palabra salió de sus labios al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo para articularla.

Debajo de la mesa en la que se resguardaban escucharon el estruendo que produjo la caída de un trozo de escayola del techo. El suelo temblaba cada vez con más fiereza. ¿Cuánto tiempo tardaría en hundirse su bloque de pisos? Aterrorizados se abrazaron, tratando infructíferamente protegerse el uno al otro.

Veinticuatro horas después encontraron a Los Amantes con las manos ensortijadas. El equipo de rescate intentó separar su unión de dedos sin lograrlo. Y así fue como se despertaron en el hospital, agotados y doloridos por sus varios huesos fragmentados. Felices; pensando que ya que les habían concedido una nueva oportunidad, la iban a aprovechar.




wtf?



—En casi todas las familias hay un tonto o loco, hijita [...] A veces no se ven, porque los esconden, como si fuera una vergüenza [...] Pero en realidad no hay que avergonzarse, ellos también son obra de Dios.

—Pero en la familia no hay ningún loco, abuela— replicó Alba.

—No, aquí la locura se repartió entre todos y no sobró nada para tener nuestro propio loco de remate.

Isabel Allende - La Casa de los Espíritus



Tal vez cualquier madre estaría preocupada por que su hija fuera aficionada a invocar el alma de los muertos, pero ese no era el caso de Marina. A ella le encantaba ver a su inocente pedacito de vida sentada junto una mesa de tres patas con un mantel sobre la misma, el cual tenía dibujado un pentáculo. Los pies de la joven colgaban de su silla y las palabras arcaicas que pronunciaba eran semejantes al latín que se enseñaba en la antigüedad en las escuelas, con una única variación en la cual aquella inentendible lengua entonaba exageradamente las erres.

—Estella, cielo, ¿con quién te vas a comunicar hoy? —quiso saber su progenitora con un brillo de interés en sus ojos azules.

La chiquilla sacudió su cabellera morena e instantes después carraspeó, tratando de entonar un timbre de gravedad solemne.

—Con el abuelo —contestó ella imitando pobremente el tono de voz de una profesional.

Marta se mordió los labios y miró envesada como su hija tendía las cartas del tarot sobre aquella inquietante mesa intentando descrifar cuan dispuestos estaban hoy los espíritus.

Estella nunca fue una chica normal, de hecho, la mayoría de gente que la conocía se alejaba de ella llamándola rara. Y aún ahora, con sus trece anos recién cumplidos, se veía su disposición de no disimular sus extrañezas. A ella le encantaba todo aquello catalogado como esotérico, espiritual, naturalista... y no hacía el más mínimo esfuerzo por ocultarlo, era más, en ocasiones lo gritaba a viva voz. Estaba orgullosa de sus peculiaridades, y su madre también.

—Ayer , cuando fui a hacer la compra, dos señoras mayores me dijeron que perseguías a una gallina para un sacrificio, ¿es eso verdad? —quiso saber Marta.

Estella asintió, antes de añadir:

—Era necesario, sin aquel sacrificio no podía continuar con la invocación.

Su madre se echó a reír, y seguidamente se carcajearon los espíritus que residían en su casa. Estella por su parte sonrió, feliz, pensando en que algunas madres destilaban intolerancia al no animar a sus hijas en sus aficiones.

._.


Y entonces fue cuando aquella chiquilla vislumbró la realidad; cuando se percató de la dureza del mundo y la crueldad de las personas. Lentas lágrimas se deslizaron, entonces, como consecuencia de su chocante contacto con la vida.

Aquella chiquilla descubrió que no todo era de color de rosa; que los príncipes se preocupan más por sus vehículos que por sus princesas, que el dinero no crece en los árboles como en Los Sims y que en ocasiones hay que esforzarse hasta para respirar.

La venda de los ojos de la chiquilla permanecía en el suelo mientras ésta la contemplaba vehementemente. Se acachó y la recogió para después situarla en su ángulo de visión.

Tal vez, si la gente luchara se podría hacer de este sitio un lugar mejor, pero aún así, la chiquilla era lo suficientemente inteligente para saber que algún gilipollas jodería la marrana, puesto siempre encontraremos a individuos a los que les guste hacer daño gratuitamente.

La chiquilla sonrió en la oscuridad protectora de su venda. Sí, aquello era más bonito que amargarse desinteresadamente.

Alice



Intento alcanzar a la bella Alicie. He recorrido colinas y montes; bosques y desiertos, pero hasta el día de hoy no he logrado dar con ella. Numerosos aldeandos me han dicho que mi preciosa Alicie ha perdido su nombre, su sombra y su reflejo en el río. Mi bella dama no recuerda nada de lo que una vez fue; carece de identidad.

Cada vez que me intento comunicar con ella una nube de niebla me lo impide; Alice se intenta alejar de mí; me tiene miedo. Ojalá se dé cuenta de que no vengo a condenarla sino a salvarla. Oh, hermosa Alice, concédele una oportunidad a este humilde príncipe; dótale del privilegio de liberarte.

Justo en aquel instante, como si fuera un regalo de mi Dios, vislumbro a una dama sin rostro vestida con una traje de fiesta azul deshilachado. Toda ella es blanca; su cabello, su piel, sus uñas... Ah, bella Alice, ¿en qué te has convertido? Pareces un bloque virgen a la espera de ser esculpido.

Alice, como si percibiera mis intenciones, se aproxima a mí. La tierra no sufre ninguna mella al ser pisada por sus diminutos pies incoloros; como si en realidad no hubiera tocado aquella zona del suelo. Alice sacude su cabellera inmaculadamente blanca fuera de su frente, y su inexistente boca se abre.

—¿Quién soy? —quiere saber ella. Me sorprendo al darme cuenta de que en realidad y de manera inexplicable de sus labios no sale sonido alguno, sino que éste se presenta directamente en mi cabeza.

—¡¡Alicie!! —chillo corriendo hacia ella, para instantes después verla retroceder y mirarme con desconfianza a los ojos.

—No —niega con vehemencia—. Quiero que te aprendas mi nuevo nombre; Soledad. Mi nombre es la princesa Soledad. Ése fue mi mote de condenada y me lo atribuyo también como el de mujer libre. Yo, la princesa Soledad, no te necesito y por ello no anhelo que me rescates. Mataré a mis dragones y me despertaré sola de mis pesadillas. Seré la que halle la liberación de mi torreón sin puertas ni ventanas, y tú, príncipe, me verás triunfar entre las tinieblas.

Atónito, contemplo cómo Alice recobra de nuevo su color, y con ello su nueva identidad; una que se había construido ella sola sin necesidad de los demás.

Una parte de mí se siente dichosa puesto fue por el reconocimiento en voz alta de sí misma en mi presencia que pudo percatarse de quién era. El otro extremo de mi ser es consciente de que si trataba de amarla y ella se valía por sí misma la podía perder. Aunque quizás aquello era lo mejor, ¿qué ganaba yo forzándola a estar a mi lado si en realidad ella no me amaba?

—Y que en los libros quede rubicado que soy Soledad, la primera princesa que descubrió que no necesita a nadie para vencer a sus enemigos; la primera que descubrió que es absurdo depender de los demás —concluye la recién bautizada Soledad.







La niña de cabellos de Oro



Aquella chiquilla se sentía muy pequeña en comparación con la gente que la rodeaba. La ropa que llevaba puesta le pesaba un quintal; como si no tuviera fuerzas para sostenerla. Su tono de voz era bajo, tembloroso e inseguro; temía decir algo inapropiado que delatara lo diferente que era en contraste con la multitud que la envolvía, y con ello, desencadenar las burlas de los demás.

¿Tienes miedo, niña de cabellos de oro? Temes al rechazo, al desamparo, a la soledad... Pero sabes que tarde o temprano se te caerá la careta y descubrirán que tú nunca fuiste lo que aparentaste ser, y entonces, todo tu teatro será un fracaso.

Tu pelo esconde brillos azabaches, ¿acaso ese fue antes tu color? ¿Por qué te tintaste si en realidad te gustaba? Tal vez puedas recuperarlo. No te preocupes, seguro que aunque sea duro encontrarás a personas a las que les encante el tono natural de tu cabello; seguro que encontrarás a personas a las que les encante tu verdadero yo.

No será sencillo, pero valdrá la pena.

Envidia Sana


La chica vislumbró al chico y sintió envidia; era amarga y punzante. Se le clavaba en las entrañas como si se tratara de una daga repleta de la ponzoña de una pitón.

Estaba enamorada de él, y él de ella. No obstante habían cosas que ella pensaba que no estaban bien; cosas que creía que la hacían desmerecedora de estar a su lado. Él era un chico dulce y atento; algo introvertido y tal vez innecesariamente tímido, y aún a pesar de ello, había sido capaz de hallar amigos en el lugar en el que él vivía; podía salir con ellos sin la necesidad de situar una fecha para ir a verles.

La chica anhelaba tener esa suerte. Ojalá fuera tan sociable como él... Ella aparentemente tenía muchas amistades, pero aún así sentía que muy pocas de ellas eran auténticas.


El chico vislumbró a la chica y sintió envidia, dicho sentimiento le hacía sentirse prescindible; hacía que se juzgara a sí mismo como un ser irrelevante, nimio en contraste con su alrededor.

Estaba enamorado de ella, y ella de él. No obstante habían cosas que él pensaba que no estaban bien; ella era demasiado popular y carismática como para estar a su lado. Era divertida y graciosa, sincera y con la carente de un filtro de lo que decía a lo que pensaba; no le extrañaba que con aquella personalidad tan extravagante y única hubiera sido capaz de conocer a tantas personas de tantos lugares distintos.

Él la admiraba por ello, aunque se apreciaba como un cero a la izquierda, ya que muchos de los conocidos de la chica no sabían ni su nombre; él era únicamente "Su novio". Ojalá fuera capaz de perder su timidez y conseguir no ser olvidado entre aquella multitud, pues aun a pesar de que tuviera amigos desde que era pequeño y los apreciaba, él deseaba tener la facilidad de la chica de relacionarse.





 
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