Caramelo




          La joven se había perdido en el monte y la nieve le impedía poder vislumbrar algo que no fueran tonos grises y blancos. Dios mío ¡Blanco! Aquel color era el vestigio más claro de su desgracia. Blanco fue el color de las paredes de su cuarto, culpables de su cautiverio; blanco fue el traje que vestía su madre cuando su ataúd se hundía en el suelo y, finalmente, blanca era la bufanda que trataba de escapar de su garganta y dejarla esclava del frío.

          Sentía cada una de sus articulaciones doloridas y entumecidas: cada paso que daba le provocaba un agonizante pinchazo que le robaba el aliento. La baja temperatura a la que se estaba sometiendo ponía claramente a prueba su aguante. Anhelaba con todas sus fuerzas escapar de allí; liberarse de las gélidas motas que caían del cielo, escapar del viento que embotaba su visión y despeinaba su pelo. Lo necesitaba tanto que la misma frustración de no lograrlo le hacía más daño que el tormento físico al que estaba reducida.

      Lejos, a lo lejos, vio caramelo: garrotes de caramelo. Como postes se erigían invitándola a tocarlos: a comprobar si su existencia era cierta o si, simplemente, estaba bajo un delirio.

Dibujo realizado por David Ahufinger

       Ansiosa e impaciente hizo acopio de todas sus fuerzas para ir hacia allí. ¡Era un milagro! Se imaginó, mientras recorría el trecho que la separaba de aquel lugar de fantasía, que se encontraba resguardada en una acogedora casa de madera mientras, protegida por su estufa de leña, saboreaba con acopio el dulzor de aquellas chucherías.

         Cuando llegó a alcanzarlas se puso a llorar de rodillas ante ellas. ¡Eran enormes! Y parecían tan deliciosas... A su lado su diminuto cuerpo no era nada, absolutamente nada. Sus dientes se clavaron en una de ellas: la raspó, llevándose tras aquel arañazo su magnífico sabor. Era el dulce perfecto.

        Tan descuidada estaba la joven que no se dio cuenta de que había alguien que la vigilaba: la bruja de Häsel y Gretel estaba al acecho. El frío incapacitó en mayor medida sus músculos pero estaba tan extasiada que le importó bien poco. Aquellos bastones le traerían la felicidad o, al menos, eso le parecía. La bruja sonrió de forma siniestra esperando que pronto la escarcha acabara con la conciencia de la chiquilla; esperando que jamás despertara y que, con ello, nunca descubriera que estaba atrapada en un siniestro sueño.





1 naufragios:

Una Mariposa y Facundo dijo...

a veces hay que emborrachar el corazón de caramelos para olvidar la obstinación...aunque no tardas tanto el volverlo a recordar...saludos!
http://unamariposayfacundo.blogspot.com/

 
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