Tristeza



          Tal vez haya llegado el momento de estar mal. Tal vez esté bien estar triste aunque sea durante un tiempo. El dolor es algo legítimo y nadie debería de juzgarme en mi tristeza. ¿Qué pasa si quiero regodearme en la pesadumbre? Llorar en la madrugada, hasta que el sol despunte en lo alto. El brillo rojizo inundando las pocas nubes de un cielo pálido y apenas perceptible por lo altos que son los edificios. Después respirar el aire frío de unas seis de la mañana que se sienten como un alba tardía.

          Me merezco mi cachito de amargura. Tengo derecho a llorar hasta sentir que todo mi alrededor da vueltas. Emborracharme de lágrimas hasta perder el sentido, para después sentarme sobre el colchón y balancear los pies como si tuviera cinco años. De niña era todo más sencillo, y no. Pensar en los años perdidos; en lo estúpida que he sido. Después llorar más. Porque debo de reprocharme los errores para que no vuelvan a ocurrir. 

          He sido estúpida, ¿y qué? Nadie se salva de hacer las cosas mal. Mi problema está en que a veces me pierdo en la desventura. Necesito una brújula, ¿sabes? Pero no estoy del todo segura de merecerla. Recobrar la compostura, pero con lágrimas. Porque me he redescubierto como una dramática a la que le encanta la desidia. La desidia es seca en la garganta, pero cuando la engulles cala muy hondo. Creo que todos nacimos con la desidia bajo el brazo y cuando tenemos conciencia de ella la escondemos porque nos sentimos avergonzados.





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