La princesa Soledad

[NOTA: el personaje de Clara no habla; se comunica con notas.]







—¿Ese dibujo lo has hecho tú? —quiso saber Violeta en tono amistoso observando su obra.


Clara, sorprendida por aquel comentario tapó la hoja; nunca nadie había mirado nada de lo que había esbozado. Bueno… existía la excepción de Leo, pero aquello era otra historia.

—Es muy bonito. Tienes talento; de mayor podrías ser dibujante o… algo así —el tono de Violeta parecía sincero, pero Clara no podía estar completamente segura de aquello; le habían tomado el pelo demasiadas veces como para fiarse—. Aunque… hay una cosa que no entiendo; ¿por qué la niña llora? Ella está sola en aquella calle, acurrucada en una esquina. Debería de irse a casa, ¿no crees?

Clara quiso contestar a la pregunta; le había agradado que intentara interpretar su arte. Aquello había demostrado que verdaderamente le había gustado su dibujo, y… aun así, no podía quitarse su desconfianza de encima. Por no hablar de la certeza que tenía de que el acercamiento de Violeta sólo iba a durar unos días; los que tardara en enterarse de que era una paria, y que la mejor opción de todo el instituto era acercarse a Patricia y hacerle la pelota.

Y aún sí, se permitió el privilegio de poder contestar. Tomó una hoja de su libreta grande de cuadros de tapa dura y escribió:

Su nombre es Soledad, y es la princesa del mundo del Olvido.

Los ojos de Violeta brillaron de emoción en cuanto se percató que aquella chiquilla tímida le iba a hacer caso en vez de ignorarla como empezaba a temer.

—¿Y por qué no se va a casa?

Soledad no tiene casa, aunque una vez la tuvo. Pero perdió su memoria y no sabe de dónde es y su función en su mundo; el reino de la Esperanza.

Le echó una maldición la bruja del Miedo e hizo que todos sus temores embotaran su cabeza hasta dejarla sin ningún recuerdo excepto el horror de sus peores pesadillas.

Clara dejó de escribir y le entregó avergonzada la página de su libreta con la respuesta, pensando que le aburriría su historia.

—Pobre princesa Soledad, ¿y no tiene a ningún príncipe que la ayude?

Ella odia los príncipes. Tenía un matrimonio arreglado con uno, pero no quiso casarse con él porque no lo amaba.

Los príncipes son unos asesinos que saquean e intimidan con su poder y dinero a los campesinos de los reinos que gobiernan sus padres obligándoles a pagar impuestos descomunales.

—No todos los príncipes tienen que ser malos. Aunque me gusta que Soledad se tenga que sacar las castañas del fuego. ¡¡Women power!!

El último comentario que dijo Violeta provocó que «Algo» se removiera en el interior de Clara. Era extraño y desconcertante, pero a la vez tenía un deje cálido y atrayente.

—¿Y la historia no tiene final?

Clara negó, antes de contestar:

La historia está en un punto muerto porque la princesa Soledad se ha olvidado de quién es, y los fantasmas de sus terrores la acechan. Ya no existe ninguna otra batalla salvo la que tiene ella consigo misma.

—¿Y… la ganará?

Clara suspiró.

Nadie lo sabe.

La princesa Soledad lleva ya cien años tratando de vencer a sus espectros y acordarse de quién es para tratar de ganar a la bruja del Miedo.

Ahora el reino de la Esperanza que dirigían sus padres muertos por el paso de los años se llama reino de la Soledad, en honor a la princesa desaparecida y también en parte porque aquel lugar es un barco sin capitán; ya no existe un rey o una reina que lo gobierne y la llama del Olvido amenaza con consumir lo que queda de aquel reino.

Violeta reflexionó sobre aquella historia tan triste, tratando de encontrar alguna manera de poder ayudar a aquella protagonista desdichada.

—Confío en Soledad, así que pienso que ella será capaz de aliarse con sus peores temores y recuperar la memoria y su reino para poderlo reinar puesto que sus padres no pueden porque ya murieron aguardándola. Ya que dejarse llevar por el pánico y el dolor es demasiado sencillo, la verdadera dificultad reside en enfrentar nuestros temores y superarlos sin vacilar.

No todos los finales tienen por qué ser felices. Soledad vagará por aquel callejón desvalida, siempre, porque no tiene a nadie que la ame por algo más que su título de princesa, o mejor dicho, de reina.

—Yo la amo —afirmó Violeta—, me parece muy valiente y fuerte, y de verdad espero que esa historia que dibujas no tenga aquel final.



[Fragmento de mi relato El sonido del Silencio]






Cuando la mera locura no es suficiente.
Cuando la insignificante esperanza se desvanece.
Cuando las noches se hacen desquiciántemente largas.

Cuando los segundos son eternos.


Cuando no me miras.
Cuando no me escuchas.
Cuando no me hablas.
Cuando no me tocas.




Mis razones de existir se consumen, porque soy tan patética que antepongo cada uno de tus deseos sobre todo aquello importante para mí.

A nada.

Y tú te aprovechas de ello.

Porque lo sabes.

Juegas conmigo.

Mas eres plenamente cociente de que te quiero, y que haría cualquier cosa por ti.


























«[...]Ya que, nueve veces por ti vivo...
...y diez por ti muero».





.


Mamá, mamá...
Yo ¿puedo ser estrella?

No, cariño, porque si aquello llegara a ocurrir no podrías dormir por las noches.

Mamá, mamá...
Yo ¿puedo ser el sol?

No, cariño, te quemarías con el resplandor luminoso.

Mamá, mamá...
Yo, ¿puedo ser la Esperanza?

No, cariño, si lo fueras te apuñalaría la mala fortuna.

Entonces...

Mamá, mamá...
Yo, ¿en qué me puedo convertir?

En ti. Sé tu mismo, cielo, y deja ya de aspirar a ser algo tan aburrido y peligroso como lo son los sueños.






















-...Pero... ¿qué es el mundo sin los sueños?...-













Sin ellos, no podríamos ser algo más que nosotros mismos; que es precísamente lo que quería mi madre.
.
.
.



.


Vacío.
Siento que todo lo que me rodea está vacío.
.
Y las personas con las que interactúo también están vacías.
Vacío.
.
..
...
..
.
Y aquello que toco y palpo se aprecia vacío.
.
Y aquello que respiro e inhalo se encuentra vacío.
.
.
.
Vacío.
Todo está vacío.
.
.
¿Y... yo?
Vacío.
.
..













Si estoy rodeada de gente vacía, entonces...
Vacío.
Todo está vacío.















¿Yo también estoy vacía?


Ella es un espectro; ella está muerta.

Yace condenada a balancearse entre aquellas cadenas eternamente.

Su alma ya se ha olvidado de su origen y nombre. No obstante, los restos de lo que una vez fue aún son visibles al caer las 12.

Recemos por la dama del columpio; asesinada por los celos de su marido.

Las cuerdas lloran la sangre despojada del cuerpo hermoso y mortal de la joven; consumido por la ausencia de esperanza y el paso de los años.

.


N
o me gusta la lluvia; significa frío y humedad.
No me gusta la noche; significa oscuridad y soledad.
No me gusta la tristeza; significa dolor y desesperación.

Me gustan las estrellas; significan esperanza y luz.
Me gusta la hierba húmeda tras la tormenta; significa vida y naturaleza.
Me gusta el valor detrás de la tristeza; significa afán de superación.

Creo que... nunca nos damos cuenta de la importancia de las dos caras de la moneda.
Una complementa a la otra, y hace que la contraria tenga valor.

—Hola, mi nombre es Luna.
—Hola, el mío es hombre gris.
—¿Te gusta la noche?
Tsx.. Es lo contrario del día.
—¿...Y la esperanza?
Seh, el verde es bonito.
—...
—Bueno, adiós; me voy a vivir una vida sin sentido.
—¡¡Qué te vaya bien!! Yo me marcho a capturar un destello de alegría.

.

La chica se detuvo en seco y contempló el espejo.

—Hola.
Hola.
—Mi nombre es Luna.
El mío también.
—¿Quién eres?
Soy tú.
—Eso es imposible; sólo puede existir un yo en éste mundo. Tú eres una burda copia barata mía.
No; tú no eres yo.
—¿Qué dices? ¡Deja de liarme! Ahora mismo romperé el cristal, y como tú eres mi reflejo te harás trizas.

... Y entonces la copia barata se hizo añicos.

Ya te dije que tú no eras yo.

Aquello en lo que creemos

[...]

—¿Sabéis qué, clase? Somos inmortales— canturreó orgullosa.

Viola puso los ojos en blanco; ese día se encontraba tan aburrida que no le hacían gracia los desvaríos de la profesora.

—¿Cómo que inmortales?— inquirió Ian con curiosidad.

La señorita Laeta dio dos saltitos complacida por la pregunta del joven.

—En mecánica cuántica, hablan de una hipótesis; la teoría del suicidio cuántico.

Viola pegó un codazo a su amigo, enfadada porque le diera conversación a aquella chiflada.

—¿Mecánica cuántica? Creía que estábamos en clase de filosofía— la contradijo Viola jugando con su chicle.

La señorita Laeta frunció el ceño.

—No sé si lo sabes, Viola, pero es bueno saber de todo, ¿quién te dice que en tu futuro no necesitarás esa información?— empezó Athan defendiendo a la profesora—. Además de lo que nos está hablando la señorita Laeta es de una paradoja; algo que tiene que ver con filosofía. [...]

—Sinceramente, no pienso que para ser actor necesite estudiar mecánica cuántica— contestó Ian en tono brusco defendiendo el comentario de su amiga; aunque Viola fuera una borde, a su amigo no le gustaba que se metieran con ella, pues una parte de él se echaba la culpa de ello por la confesión de su homosexualidad.

Athan clavó su penetrante mirada en el chico; taladrándolo, estudiándolo…

Ian se estremeció, evitando sus ojos. A pesar de ello, aún podía sentir como Athan le seguía mirando.

—Y… entonces— habló Viola casi sin querer—. ¿De qué trata esa teoría? [...]

—Trata de un experimento imaginario, que guarda relación con la teoría de los universos múltiples de Hugh Everett. Es… como una variación del experimento del gato de Schödinger, sólo que dicho experimento se realiza desde el punto de vista del gato— dijo la señorita Laeta.

Viola no entendió ni papa de lo que les dijo la profesora. Hizo una pompa con su chicle dándose cuenta de que aquello no le daría ninguna pista sobre algo relevante de Athan. Miró al reloj de su muñeca, desesperada porque sonara el timbre.

—¿El gato del que hablas no era el que estaba dentro de una caja? Ése del que si la abrías te la podías jugar, porque a lo mejor estaba vivo, o a lo mejor estaba muerto— dijo un alumno al cual Viola no prestó la más mínima atención.

Los ojos de Athan brillaron con interés, lo que hizo que, nuevamente la atención de Viola volviera a la clase.

—Sí, pero no es eso lo que os quiero contar— repuso la señorita Laeta en tono paciente.

—No, de lo que usted nos quiere hablar es del experimento imaginario en el que se encuentra un hombre con un arma apuntando a su cabeza— dijo Athan.

Dado que nadie de clase tenía ni idea de lo que les quería explicar la señorita Laeta, la respuesta de Athan se hizo más rara aún.

La profesora tenía una horrenda manía; hablaba de las cosas como si todos los que la rodeaban las conocieran y eso hacía sus clases aún más infumables [...]

La señorita Laeta sonrió, mirando a través de sus gafas. Viola se estremeció; odiaba cuando hacía eso.

Athan tomó aire, ordenando sus ideas para continuar explicando:

—Dicha pistola está manipulada por una máquina que mide la rotación de las partículas subatómicas. Cada vez que el hombre apriete el gatillo, el arma se disparará. Dependiendo del sentido en que rote la partícula el hombre vivirá o morirá— recitó de tirereta. [...]

—¡¡Muy bien, Athan!!— le felicitó—. Pero no es esa la parte del experimento a la que me refiero.

El joven asintió con entendimiento, antes de volver a despegar los labios.

—Usted nos quiere hablar de la división de los universos, ¿me equivoco?

La profesota soltó una risita chillona de aprobación, incitándole a que continuara.

Entre los dos había tan buen rollo que a Viola le entraron arcadas.

—Si empleáramos la teoría de los universos múltiples a dicho experimento, ocurriría algo; cada disparo dividiría el universo en el que se encontrara la persona en dos; uno en el que el sujeto estaría muerto y otro en el que seguiría con vida. Si el sujeto volviera a disparar desde el universo en el que está con vida ocurriría lo mismo, nuevamente dicho universo se dividiría en dos; uno en el que el ser seguiría con vida, y otro en el que estaría muerto. Y así, sucesivamente… [...]

***

—¿Qué piensas?— le preguntó Viola a Ian—. Te encuentro muy absorto.

El chico se encogió de hombros antes de contestar.

—Lo que dijo la señorita Laeta me dio qué pensar.

Viola suspiró exasperada.

—¿Te has pasado las dos horas siguientes pensando en aquella gilipollez?— quiso saber la chica.

El joven no dijo nada. Clavó su mirada en el vacío.

—Oh, venga…— empezó Viola—. Aquello no tenía sentido.

Los ojos verdes de Ian destellaron al clavase en los de su amiga.

—Sí que tiene sentido— la contradijo—. De ser así nuestra vida no terminaría nunca y por lo tanto no tendríamos que preocuparnos de si hubiera algo más al otro lado. Es más, incluso resultaría más sencillo encontrarle el porqué a nuestra existencia.

Viola le miró escéptica.

—¿Ah, sí? ¿Cuál sería entonces el porqué?— pronunció la chica.

—No habría ningún porqué, Viola— dijo Ian, lo que consiguió desorientar a la joven.

—¿Qué…?— logró preguntar Viola confusa.

—Nosotros buscamos nuestra razón de existir en éste mundo como excusa ante el hecho de fallecer. Queremos creer que estamos aquí y que nuestras vidas tienen importancia para creer en el destino, lo que nos lleva a la religión y, con ello, a la vida después de la muerte; queremos creer que hay un cielo y un infierno por el temor a desaparecer y ser olvidados. Si no hay muerte, no hay dudas existenciales porque no nos tenemos que preocupar por un más allá.

Viola le miró, asombrada.

—¿No te parece eso muy rebuscado?— inquirió la joven asombrada ante la reflexión de su amigo.

—Quizá…— le concedió Ian—. Estoy seguro de que lo que me ocurre es lo que a todos; tengo miedo a pasar por este mundo como si nada. Y la teoría que me ha mostrado la señorita Laeta es una manera de auto-engañarme y de pensar en que como no voy a morir nunca no tengo nada de lo que preocuparme.

Su amiga le miró sin saber qué decirle. Ella hasta hace poco tampoco se había planteado aquello, pero el otro día en su diario le surgió una duda existencial, como a su amigo.

La joven nunca había creído en el más allá, o en la vida después de la defunción; su manera de ver las cosas se lo impedía, por eso llevaba tiempo obsesionada con la muerte. A ella le estaba ocurriendo lo mismo que a Ian; miedo a ser insignificante; pánico a ahogarse en el olvido.

—Si te hace bien creerte eso, hazlo— le aconsejó Viola—. Auto-engáñate como hacemos todos.

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últimamente estoy vaga, así que no escribo nada XDD. Fragmento de un relato inacabado mío. Los [...] significan que me he saltado partes
 
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