Helena

—¡¡Pero es que no entiendo por qué Ana me ha dejado!! —gritó el chico, con la cabeza cabizbaja—. ¡Tú la conoces mejor que nadie!, ¡eres su mejor amiga, joder!, ¡explícame por qué pasa de mí!

Helena cerró los ojos, mordiéndose la lengua a la par que trataba controlar su respuesta.

—Simplemente el amor se fue; ya no te quiere como antes y prefiere dejarte antes de serte infiel con otro —suspiró ella—. Los tres nos conocemos desde la infancia, tú incluido Pablo, así que no finjas no conocer esa respuesta.

Helena suspiró sonoramente viendo como su amigo trataba de retener inútilmente las lágrimas. Ella estaba enamorada de él desde que le llegaba a la memoria; Pablo jamás se había dado cuenta de ello.

Siempre había sido su más fiel amiga; su alidada, la que siempre le había defendido y velado por él, y el chico… era incapaz de verla como algo más que alguien a quién apreciar.

En alguna parte de su ser, Helena tenía ganas de gritar, fuerte, muy fuerte; olvidarse de las apariencias y escupirles a Pablo y a Ana —la chica de la que él estaba enamorado— por ser unos egoístas ególatras y jamás pensar en ella.

Pero eso jamás ocurriría, porque en el ADN de Helena estaba tatuado el hecho de ser una mártir y tener que tragar todos los conflictos de sus amigos; estaba inscrito que nadie se preocupe por ella, que nadie le pregunte cómo se encuentra hoy o si tiene algún problema…

Sí, ésa era ella; Helena la fuerte; la chica pasota a la que todo le resbalaba. Estaba harta de esa etiqueta y aún así le resultaba imposible rechazarla; prefería fingir que todo le era indiferente a que los demás la atacaran siendo conscientes de sus debilidades.

Helena suspiró nuevamente clavando su mirada en los ojos vidriosos del chico al que amaba.

—No llores, tonto —le trató de animar con una sonrisa increíblemente creíble—. Sabes que no me gusta ver a la gente triste —le abrazó, y sintió como la calidez del cuerpo del chico la envolvía; sólo por ese toque merecía la pena ser su amiga.

—Ya sabes que cuando me entran estos sofocos soy incapaz de parar de derramar lágrimas —le susurró él al oído con la voz rota—. Lo que me ocurre es… que la quiero tanto.

Aquella última frase pilló desprevenida a Helena, quién había soñado con que aquellas palabras algún día fueran dirigidas hacia ella.

Toda su vida enamorada de él; consolándole cuando estaba dolido, amargada porque otras chicas gozaran de su compañía…

Helena estaba harta de ser siempre la que observaba; ella sólo, por una maldita vez quería ser la protagonista de una historia de amor.

Como consecuencia de aquel instante de debilidad, Helena se echó a llorar.

—Sois unos malditos egoístas —pronunció, en un tono tan bajo que resultaba casi imposible de escuchar. Pablo estuvo demasiado abstraído en su dolor como para darse cuenta de aquello.


Al día siguiente Helena se despertó por una llamada telefónica a las siete de la mañana siendo sábado.

—¿Diga? —contestó ella en un tono a la vez ronco y enfadado.

—Soy Ana; siento que sea tan pronto pero es que no he podido dormir en toda la noche —su mejor amiga; más guapa que ella, más divertida que ella, y por supuesto más inteligente que ella, como siempre necesitaba su ayuda—. Creo que me pasé con lo que le hice a Pablo.

—Estuvo en mi casa, desahogándose —dijo simplemente.

—¿Debería llamarle?

—¿Aún le quieres? —inquirió Helena, preparándose mentalmente para la respuesta.

No hubo contestación.

—La única que puede saber si lo amas o no eres tú; reflexiona sobre eso —hizo una pausa—. Piensa que si estuviste toda la noche en vela es por algo. Y ahora, deja de rayarme, que tengo sueño y a las nueve viene Víctor a darme repaso.

Colgó, frustrada porque su amiga le superara hasta en los estudios.

Lo cierto fue, que, tras esa llamada Helena no pudo pegar ojo, y que, cuando Víctor llamó para enseñarle inglés la joven al abrirle la puerta no podía tener peor aspecto. Ignoró la mirada que le lanzó el chico cuando la vio en camisón, sin maquillar y con el pelo sin cepillar.

Daba igual el empeño que pusiera Helena en verse atractiva, jamás lo lograría, y si trataba de intentarlo lo único que conseguiría es perder el tiempo.

—Pasa —dijo simplemente indicándole a Víctor que entrara.

Helena se recogió el pelo con una pinza y se lavó la cara.

—¿Has llorado, verdad? —quiso saber él.

Helena colocó sus libros de inglés sobre la mesa.

—No sé de qué me estás hablando.

Víctor achicó los ojos; esa mirada fue demasiado intensa.

—Te conozco…

—…De tan sólo un año —terminó ella por él; si sus amigos jamás se habían dado cuenta de sus momentos de bajón por qué los iba a apreciar él.

—Cuéntame qué te pasa —le urgió el chico.

—Que no me pasa nada, enserio —sonrió ella.

Víctor no se dio por vencido.

—Mentirosa; es él, Pablo, ¿verdad? —quiso saber.

—Hey, nano, deja de rayarte, ¿Ok? No me pasa nada con nadie —le aseguró ella tratando de que su máscara de falsa felicidad no se desquebrajara—. Además… ¿qué me ha de ocurrir con Pablo? No nos hemos peleado ni nada.

—Te veo mirarle, seguramente estés pillada hasta las trancas de él. No te merece; es un capullo.

Helena rodó los ojos; seguro que pensaba que su amor por él era patético.

—Que sí… Lo que tú digas —contestó tratando de quitarle hierro al asunto.

Víctor frunció el ceño. Se acercó a ella. Helena retrocedió, hasta toparse con la pared.

Ella conocía a Víctor del instituto de toda la vida, no obstante hacía poco tiempo que su relación se había estrechado.

Sabía que era un chico bastante atento con sus amigos, pero por alguna extraña razón a ella no le agradaba que nadie se preocupara por ella; quizá por la falta de costumbre de aquello o porque tenía miedo de que los demás vieran la chiquilla perdida que era en realidad.

—A mí no me engañas; sé que estás pillada por él, y que por culpa de que el muy imbécil está por Ana te amargas. Y eso me jode…

Helena tragó saliva, sintiéndose incómoda; jamás nadie había expresado ningún interés sobre lo que le ocurría.

—¿Y qué se supone que harás tú al respecto? —le preguntó, enfadada—. No sé por qué te empeñas tanto en ayudarme, además aún sigo sin asimilar la razón por la cual vas a madrugar los sábados para darme clases de inglés. Soy una descerebrada, no hace falta que malgastes tus horas de sueño conmigo.

—Deberías de dejar de infravalorarte — acercó su rostro al de la chica. Suspiró cerca de los labios de Helena—. La razón por la que quiero estar contigo es la misma por la que tú quieres estar con Pablo —sonrió. Movió su mano derecha suavemente sobre la cintura de ella—. La única diferencia existente de tu situación a la mía es que yo pretendo luchar por ello.

Los ojos oscuros de Víctor se veían más intensos de lo imaginable.

Helena, acorralada contra la pared, tragó saliva nerviosamente.

—Me enfurece que cada noche sueñes con él en vez de conmigo —mordió su oreja—, por eso quiero que me uses, que me concedas el privilegio de ser el sustituto del hombre que hay en tu corazón.

—Yo… —balbuceó la chica incoherentemente. No sabía cómo actuar.

Víctor se lamió los labios con anticipación.

—No puedes pretender que te utilice; no quiero jugar con tus sentimientos—logró decir ella, con dificultad.

—Lo sé —acarició el cabello de la joven, mientras que en el proceso le retiraba la pinza—, y por eso voy a luchar, para lograr ocupar el lugar de Pablo.

—No quiero hacerte daño…

—No digas tonterías —tocó las mejillas arreboladas de la chica—; no me harás daño porque conseguiré conquistarte del mismo modo que tú lograrás olvidarle.


Hablemos de FictionPress [Web de Relatos]


No sé si vosotros; los cuatro gatos que me leéis, conocéis FictionPress. Si alguno es aficionado a la lectura y es adolescente seguramente habrá escuchado hablar de Fanfiction, que resulta ser más famosa.

Bien, al grano; FictionPress es una página web de los creadores de FanFiction que nos ofrece la oportunidad de poder publicar relatos, poesías, textos cortos... Por internet.

La idea es buena, ¿cierto? El problema está en que no es tan popular y que muchos lectores desconocen su existencia.

Liss, una amiga mía de msn; escritora y lectora me ha informado de que ella, junto a unas chicas más han creado un blog en el que hacen publicidad a relatos originales de FictionPress. Su idea es excelente y yo, como lectora y escritora me he interesado por ello.

Si tenéis cuenta en esa web, comunicaros con su blog, que ellas de buena gana harán que aquello que distéis a luz y subísteis a esa Web sea conocido en la blogosfera.


Ahh, y ya que estoy me hago publi: yo por supuesto tengo una cuenta en Fpress. Si queréis leer relatos "Made in Marietta" podéis entrar aquí.


Greguería



Las mentiras, el miedo, el dolor... ¡Todo!.
¡¡Conviértelo en sangre!! Haz que se derrame sobre la moqueta del olvido.


Brújula



Ayer por la noche
estaba cansada
entré en mi cama
y hallé algo bajo las sábanas;

era una brújula
color aguamarina.
Tenía una flecha
larga y estilizada.

Dicha flecha señalaba
hacia una dirección
que no era el norte
sino otro rincón.

Arropada con mi camisón
fui a investigar
sobre el camino indicado,
dejando mi sueño de lado.

Cuál fue mi sorpresa
al averiguar el lugar
que la flecha
me terminó de revelar.

La brújula era mágica
increíble, ¿verdad?
Me mostró aquello
que yo tanto anhelaba encontrar.

_____________

Ya sé que el poema deja mucho que desear, pero como habréis observado la poesía no es mi fuerte.

.


Nota: fragmento de un relato de acoso escolar escrito hace dos años. Sé que es muy melodrámatico y que no está narrado de una manera excelente, pero es que no me apetecía actualizar así que he hecho copia y pega

—Dicen que su madre le mató— espetó una chica de cabello castaño de cuyo nombre no me acuerdo.

Afiné mi oído, estando plenamente segura de saber de quién murmuraban.

—Es muy rara… nunca está con nadie— continuó otra.

Hablaban de mí.

Puede que a la mayoría de gente les resulte raro siempre pensar lo peor, pero en mi caso, desgraciadamente, era lo correcto, yo, a menudo solía ser el punto de todas las criticas estudiantiles.

Clara la “Bicho raro”.

Todos mencionaban la muerte de mi padre como si mamá y yo fuéramos las responsables, a sabiendas de que aquello era imposible.

Estaba segura de que hacían ese tipo de cosas, únicamente para hacernos daño, porque eso era lo poco que podían sacar de nosotras, dolor.

El peso de mi garganta volvió al ataque, desgarrándome las entrañas, quemándome por dentro.

Resultaba bastante difícil tratar de aplacarlo mientras escuchaba cómo despotricaban sobre mi persona delante de la nueva estudiante.

La chica nueva me lanzó una mirada aborrecida, de consternación; evité sus ojos, visiblemente avergonzada de ser quién soy, y de no poder hacer nada para cambiarlo.

Suspiré cansinamente.

Entramos en el aula.

—¡¡¡Ella le mató!!!— afirmó uno señalándome descaradamente; un coro de risotadas le secundaron, crueles, avasalladoras.

Me sentía indefensa bajo esas miradas clínicas de muecas soeces, y destellos de superioridad.

Hacía tiempo que el peso de mi garganta no influía tanto sobre mí, normalmente no me preocupaba que me ridiculizaran públicamente, pero en aquel momento, bajo la intimidante y curiosa mirada de la alumna nueva, no pude evitar sentirme más débil y torpe de lo normal.

Huí cobardemente del aula, y me refugié en el lavabo.

Me dolía que me criticaran de semejante manera ¿Acaso me conocían?, ¿alguien se había molestado alguna vez en dirigirme la palabra?

No, pero, ¿qué más da?

Era diferente, ¿verdad?

Esa era la única razón por la que me insultaban, porque gracias a dios, no era como ellos.

Me trastabillé contra la puerta del lavabo, ansiosa por poder entrar

“Clara, la asesina” aquel pensamiento resonó en mi cabeza, grabándose despiadadamente en mi memoria.

Una fuerte sacudida me revolvió, tirando firmemente del peso de mi garganta, desgarrándome, nuevamente, sin piedad, las entrañas.

Temblé, mi cuerpo se convulsionó. Asustada por mi reacción me apoltroné contra la puerta de entrada, luchando por aplacar la crisis histérica de la que pronto sería portadora.

Inhala.

Exhala.

Inhala.

Exhala.

Pero el dolor era demasiado intenso, no lo podía soportar…

Perdí la batalla estrepitosamente.

Finalmente, la oscuridad me ahogó; como a un náufrago agonizando, impune, en el mar.

Tenía calor, mucho calor; el soponcio me afectaba más de lo que yo deseaba, y estaba demasiado débil, tanto mental, como psicológicamente, para poder luchar contra él.

Furiosa, como me encontraba, me incorporé dificultosamente.

Una vez estuve de pie, histérica, pegué una patada contra la puerta de uno de los WC's, las bisagras cedieron, y la misma, cayó al suelo.

Mi pie me dolía, ardía, recibiendo un lote de aguijonazos desde el dedo gordo, hasta el pequeño; por un segundo estuve segura de habérmelo roto.

Nuevamente, me convulsioné, dejando a un lado el dolor físico, transformándolo en una nimiedad…

Caí al suelo, acurrucándome en una esquina.

Inútilmente, me mecí hacia delante y hacia atrás, en un vano intento de recobrar la compostura.

“Clara, la asesina” repitió de nuevo esa vocecilla interna con un deje indiferente y a la vez intimidante.

Un agonizante grito, emanó de mis cuerdas vocales, raspándome la garganta; como si un rastrillo de metal cepillara en ella.

Lo peor, había pasado; aunque ni mucho menos, podría recuperar el control de mi persona… aún.

Volví a mecerme, tarareando la nana que mamá y papá me cantaban de pequeña, plenamente consciente, de que visto desde otros ojos, parecería una persona psicótica y desquiciada.

Pero eso no me importaba… Tal vez lo era.

Mi visión se hizo borrosa, a consecuencia de las lágrimas que se acumulaban en las cuencas de mis ojos.

Noté una leve sacudida, de la que yo, no fui responsable.

—Clara, ¿estás bien?

No contesté, nunca lo hacía.

Ese alguien me sacudió, otra vez.

—Clara— su tono era verdaderamente alarmado.

Quise sonreír ante la ironía de pensar que alguien era capaz de preocuparse por mí, pero no pude, mis labios pesaban demasiado.

Alcé la vista para ver el rostro de la persona capaz de querer malgastar el tiempo conmigo.

Me pasé la mano por los ojos, enjugándome las lágrimas, aunque estas, eran sustituidas por otras.

Cuando pude mantenerlas a raya, la observé: era una chica, si mal no recuerdo, era a ella a quién le contaban la historia de mi familia ¿Qué hacía aquí? ¿Buscaba burlarse como los demás de mí? Dejé a un lado las preguntas, no queriendo conocer sus pertinentes respuestas.

Su cabello era rubio natural, precioso, e increíblemente sedoso comparado con el mío, castaño rojizo. Tenía unos ojos asombrosos, de un intenso tono gris perla, muy intensos, enmarcados por unas espesas pestañas negras; no pude evitar sentirme intimidada ante su aspecto, mis ojos eran pequeños, rasgados, y marrones, con unas pestañas cortas, y escasas. Mi boca formaba un llamativo desequilibrio, pues era muy carnosa, formando un extraño contraste con mis globos oculares.

Me abrazó.

No pude evitar sentirme sorprendida e increíblemente tensa, habitualmente la gente repudia mi contacto físico, porque según ellos, les doy asco y podría contagiarles alguna enfermedad.

Sorprendida y vacilante, le devolví el mismo, rezando porque no me rechazara.

Hacía mucho tiempo que no tenía contacto físico con alguien, y justo en ese instante, fue cuando me di cuenta, de que me moría por un abrazo.

Mi respiración, poco a poco, se fue normalizando.

— ¿Estás mejor?— inquirió mi compañera.

Asentí no muy segura de mi respuesta.

Me incorporé, no la quería molestar, seguro que necesita su tiempo para comentar con mis compañeros mi nueva locura; podía ver las muecas crueles de los de mi clase, riéndose de lo patética que soy acurrucada en un rincón del lavabo.

— ¡Espera!— me agarró del brazo.

¿Qué le pasaba?

Ah, sí; aún no me había podido insultar.

Esperé pacientemente a que despotricara.

—No deberías volver a clase… Todos los de allí son un poco… crueles— bingo. ¿Se pensaba que no lo sabía? Además, no tenía pensado regresar al aula, al menos no hoy.

Asentí, me solté de su agarré y continué con mi camino.

Me volvió a coger.

Le miré a la defensiva.

Parecía que iba a decir algo, pero se calló.

Salí del lavabo.

—No quiero ir a clase— murmuró por fin.

Pues bien por ella.

Seguí con mi camino.

— ¡Detente!— afirmó.

Molesta, le miré.

—No quiero ir a clase… por eso… me preguntaba… ¿Puedo ir contigo?— soltó.

Durante un segundo me quedé en estado de shock.

Esto era parte de una broma pesada seguro.

Negué.

—Por favor…— suplicó.


La princesa Soledad


La princesa Soledad contemplaba desde su espejo mágico la inocente y burbujeante sonrisa de la Niña.

—¿Por qué sus labios se tuercen hacia arriba? —preguntó curiosa; se sorprendió al percatarse del deje amargo de su tono—, ¿y ese brillo en sus ojos?, ¿qué es?

La princesa Soledad, frunció el ceño, concentrándose para así poder imitar el gesto de la Niña. Cuando lo intentó algo apuñaló a su pecho, convirtiendo en vano su esfuerzo. Su boca se arqueó hacia abajo.

Una Losa de agonía se quedó incrustada en su garganta. Ahora la princesa Soledad se sentía aún peor que antes.

—No entiendo por qué ella está así de resplandeciente y yo no. ¡¡Deseo hacer lo que hace la Niña, pero no puedo, y el intentarlo me duele!! No entiendo el daño que me ha de hacer aquel tirón de labios, ya que, ella se ve realizada al hacerlo.

La princesa Soledad suspiró, antes de concentrarse nuevamente en imitar a la Niña. Ésta vez la Losa se tornó más pesada, y una gota húmeda floreció en su ojo derecho.

Furiosa, la princesa Soledad lanzó su espejo mágico al suelo. Se hizo añicos, pero aún así, la agonía de Soledad no concluyó, pues en los fragmentos de cristal aún se podía contemplar la resplandeciente sonrisa de la Niña.
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Taaaaaaaaamy, sorry por ser una vaga, pero ya sabes, el verano es para no hacer nada XDD. Además entre la academia y que mis amigos me secuestran para ir por ahí no he tenido tiempo de nada.

Que sepas que he actualizado por ti, y que te amooo (LL)

¡¡Un beso guapísima!!

 
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