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—Tú sólo olvídalo; haz como si nada hubiera ocurrido.

—¡¡No me puedes pedir eso!! Yo no quiero olvidar; tengo miedo a dejar de rememorar esos momentos que me hicieron tanto daño; aquellos instantes que me arrebataron la personalidad de antaño.

—¡¡Pero si lo olvidas no te dolerá!! ¿¡Es qué no lo entiendes!? Sería sublime no recordar aquel sufrimiento.

—No.

—Estás loco.

—Si mi memoria ignora todo el pesar, el miedo y la incertidumbre que experimenté ya no seré yo mismo, sino un espectro del que soy ahora. Mi alma está repleta de las marcas de una vida, de las llagas y las cicatrices de experiencias acaecidas en el transcurso de estos años, si yo las perdiera o las ignorara ya no sería yo mismo, puesto que esos estigmas me constituyen; forman parte de mí. Lo único que puedo hacer para impedir consumirme en la pena es luchar, y superar todos los baches que me hieran.

—No sabes lo que dices.

—Si olvido mi pasado terminaré desapareciendo como lo hace él.

Tártaro

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Sólo quiero que en mi mundo haya silencio.
Sólo anhelo que en mi mundo no exista el Fuego.
Sólo...

Le imploro al viento una respuesta
absuelta del malogro de la vida;
él no me la entrega
y yo permanezco sumida en la Oscuridad.

En ocasiones le grito a la Nada,
tratando de que ella me replique algún vocablo
acompañado por el vaivén de las hojas de un ciprés.

Cada sonido emitido por las gentes de mi mundo
lleva consigo un arañazo que desgarra
profundamente mi tierna carne.

Mi mundo es carbón,
terror y pecado.

Mi mundo es dolor.

Quisiera arrancarme los ojos para no poder verlo.
Quisiera poder cortarme los oídos para no escucharlo.

Pero no puedo,
porque estoy muerta.

Fragmento BL / Shonen-ai (yaoi) / Homoerótico

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Aviso: fragmento de un relato mío BL (Boys Love), o sea, amor entre hombres. Si no te gusta éste género no leas.

Cada anochecer, cuando los rayos lunares se colaban a través de mi ventana, yo me levantaba de la cama y acudía a la cocina a prepararme un vaso de leche caliente; era una costumbre que tenía desde pequeño, y me encontraba un tanto rehusado a cambiar.

Me gustaba sentarme como tantas noches en la silla de mimbre cara a la mesa y beberme a diminutos sorbos aquel cálido líquido recién sacado del microondas.

Absorto, cerré los ojos durante unos instantes extasiado al sentir cómo la bebida dejaba un eco caliente al deslizarse por mi garganta.

—No falla hermanito; siempre te encuentro aquí a la misma hora —me habló Kisuke, contemplándome con una expresión indescifrable desde el marco de la puerta.

Sin razón alguna me sentí avergonzado; bajé mi cabeza en dirección al vaso que sostenía entre mis manos.

—Lo sé —no añadí nada más.

Kisuke, mi hermano mayor, me sacaba seis años y yo no podía admirarle más. Durante mi niñez estuve muy unido a él; disputando por su atención y su toque.

Al transcurrir el tiempo sentí que mi relación con Kisuke había cambiado y no me veía capaz de mirarlo del mismo modo en que lo veía antes. Mis ojos se avergonzaban cada vez que se topaban con los suyos, me trababa y decía frases incoherentes cuando me hallaba en su cercanía, mi piel bullía en el roce con la suya y mi mirada anhelaba observar las zonas de su piel ocultas por la ropa.

Kisuke se sentó a mi lado y me contempló durante unos instantes de manera extraña.

—¿Cuántos años tienes, Yoru? —me preguntó aparentemente desconcertado.

—Quince —contesté sin entender la razón de su pregunta.

Kisuke inclinó a través de la mesa su rostro muy cerca del mío, tanto, que nuestras narices se rozaron. Tragué saliva nerviosamente.

Sus ojos negros como la profundidad de un pozo en el cual no se podía vislumbrar el fondo atraparon a los míos, de un azul claro aguamarina.

—Cada vez que te miro, siento que… —suspiró sonoramente. Apretó los dientes y torció el gesto, alejándose de mí—. No me hagas caso. Simplemente lo que me ocurre es que me desespero al verte tan enano, ¿es qué acaso no has crecido nada en todos estos años?

Molesto, fruncí el ceño.

—¡¡Claro que lo hice!! Lo que pasa es que tú también lo hiciste y como consecuencia no notaste el cambio —le contesté a la defensiva.

Kisuke se rió sonoramente, antes de despeinar mi revoltoso cabello castaño claro. Me mordí el labio, tratando de no sonreír en vano; siempre hubo algo contagioso en la risa de mi hermano.

Kisuke se levantó de donde estaba, cogió una manzana, la enjuagó en el agua del grifo, y acto después, le pegó un enérgico bocado.

Mi mirada se quedó durante unos instantes en una hilera de zumo que se fugó de su boca como consecuencia del mordisco. Quise lamerlo, y probar el dulzor de ambos majares.

Me sobresalté, cambiando bruscamente de dirección y tratando de controlar unas pulsaciones que habían incrementado notablemente. ¿Qué me pasaba?, ¿desde cuándo yo tenía esos pensamientos?, ¿acaso tenía algún problema grave? ¡¡Por el amor de Dios!! Era un hombre, y, lo más importante, ambos formábamos parte de la misma familia.

Con un profundo suspiro, cerré los ojos.

—Es tarde —me reprendió él—, deberías de ir a la cama.

En estos instantes se encontraba sentado en una silla de mimbre cercana a la mía, comiendo aquella jugosa pieza rojo sangre con un aire un tanto pensativo.

—Eso mismo podría decir yo de ti —le contesté simplemente, dándole el último trago a mi vaso de leche.

Kisuke frunció el ceño, antes de llevarse un nuevo bocado de la fruta a su boca. Mis pensamientos nuevamente fueron hacia una dirección errónea. Me incorporé, asustado de mí mismo.

Caminé hacia la salida de la cocina con pasos rápidos. Kisuke se levantó, siguiéndome de cerca. Una mano suya se apoyó sobre mi hombro, seguida de la otra. Repentinamente tironeó de mí, abrazándome por detrás; la calidez de su cuerpo envolvió a mi espalda.

—¿Qué te pasa, Kisuke? —le interrogué confundido, tratando de controlar el temblor de mi voz.

Una de sus manos se coló por debajo de mi camisa y fue subiendo hasta alcanzar mi pecho. Gemí.

Avergonzado, quise alejarme de él, pero no pude, pues sus férreos brazos me lo impidieron.

—¿Por qué eres tan suave, Yoru? —me susurró al oído. Sus manos recorrieron con lentitud mis costillas; de arriba abajo, incrementando la temperatura de cada retazo de mi epidermis que recorría—. Quisiera poder tocar toda tu piel.

_______________

Con esta historia —que por cierto no está terminada— saqué el lado pervertido que había en mí XDDD. Aún así la noto un poco sosa; como si le faltara algo... .___.

Wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii *-*

Espero que os haya gustado, y sorry a aquellos que no tiene fetiche con el yaoi incesto XDDD.

Odi et amo

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Odi et amo.*

Quisiera poder conocer la razón
que explique que ambos sentimientos
vayan cogidos de la mano.

Quare id jaciam?*

Que alguien me explique por qué la indiferencia
hacia ti no me envuelve con su abrazo.
Deseso olvidarte,
pero no lo hago.

Cur?*
Cur?
Cur?


Ojalá no me llenara de ira ver como tus caricias se dirigen
hacia otra persona.

Ojalá no anhelara encontrarme a tu lado.

Ojalá pudiera ignorar el hecho de no ser tu amado.

Ut quid dereliquisti me?*

Yo sólo anhelé ser tu todo,
y tú,
me lo pagaste con nada.
_______________________________

Inspirado en Catulo, un poeta latino que tuvo bastante más talento que yo .__.

Bueno, aquí la traducción de las frases en latín (seeep, soy friki de esa lengua muerta; ¡qué le vamos a hacer! XDD)

-Odi et amo: te odio y te amo

-Quare id jaciam?: ¿Por qué lo hago?

-Cur?: ¿Por qué?

-Ut quid dereliquisti me?: ¿Por qué me has abandonado?


~*.*~

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Carla contempló los ojos azul cristalino del chico, tratando de averiguar por mediación de ellos si el interior de aquel ser no se encontraba vacío.

—Te amo —sonrió él de manera cálida—. Quédate conmigo.

Carla sacudió la cabeza, dándose cuenta de que el chico únicamente le decía lo que ella anhelaba escuchar, como si se tratara de un títere a merced de sus desesperados e inconscientes deseos. Los ojos de la joven se dirigieron hacia la cadena de oro que pendía de su garganta, en ella se encontraba un colgante con unas palabras inscritas: Carla & Daniel.

Frunció el ceño confundida, mas no recordaba tener aquello en su cuello, de hecho era la primera vez que veía dicha pieza.

—Es un recuerdo de lo mucho que nos queremos —le susurró de manera cariñosa Daniel al oído.

Carla apretó los dientes; estaba soñando, sí, seguramente se trataba de eso. Quizá si se pellizcaba con la suficiente fuerza lograba despertar. No lo hizo.

Sus labios se despegaron lentamente, mientras en su cabeza se conjuraban unas palabras que ella dudosamente iba a pronunciar:

—No existes.

Daniel observó conmocionado el inexpresivo gesto de Carla antes de que su rostro se oscureciera con un dolor que, a ojos de ella, tenía un trasfondo vacío.

—No existes —volvió a pronunciar la chica, esta vez con más convicción.

Daniel no hizo nada, su mirada se mantuvo fija en el collar que rebotaba en el pecho de Carla como consecuencia del movimiento respiratorio.

—No existes —aseveró, en esta ocasión su tono era seguro.

Furiosa al no ver ninguna reacción en Daniel, se arrancó el colgante con furia con la intención de replicar al chico la respuesta pasiva ante el ataque al que ella le sometía, pues una parte de Carla quería que Daniel tratara de persuadirla de que en realidad su compañía no era una fantasía.

Carla, debatiéndose entre la rabia y la resignación perdió de su agarre el colgante que se le escurrió entre sus dedos e impactó contra el suelo rompiéndose en diminutos pedazos.

Carla contempló los restos de aquello confundida, frunciendo el ceño.

Su visión se alzó nuevamente, atestiguando algo que aún la conmocionó más; Daniel era un muñeco de madera; un títere manejado por unos hilos casi invisibles semejantes a los utilizados en la caña de un pescador.

No era real...

Carla recogió una lágrima intrusa que se deslizaba descaradamente sobre su mejilla a la par que unos interrogantes de los que anteriormente no fue consciente cobraban forma en su cabeza: ¿Qué le ocurría?, ¿quién era Daniel?, ¿dónde estaba?

Durante unos instantes se asustó, pensando que tal vez ella también era un monigote al cual manipulaban, pero, segundos después apreció con una satisfacción casi enfermiza su capacidad de pensar, de razonar; su misma voluntad y libertad de actos.

En aquellos instantes ella era un pájaro encerrado en una jaula, bueno, un pájaro no, pues el ave era vagamente consciente de los barrotes, cosa contraria a Carla, que era plenamente conocedora de su limitación, de la privación de albedrío que estaba padeciendo.

—Quiero saliir... —dijo en voz baja.

Entonces fue cuando escuchó voces extrañas, y vio a un hombre vestido con una bata de hospital. Una reveladora imagen vino a su mente; ella ingiriendo un bote de somníferos.
_______________

Palabrita que mañana corregiré los fallos, que ahora es muy tarde; me piro a dormir *-*

La Mitad de un Nombre

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Cuando era pequeño escuché una historia antigua de la cual se han realizado muchas versiones, tantas, que resulta imposible determinar cuál de ellas es la más veraz.

Me dijeron que existía una teoría que determinaba que cada persona al nacer tenía un nombre asignado por las estrellas y que dicho nombre hasta él mismo lo desconocía. También me contaron que gracias a aquel nombre era posible determinar a la tan anhelada alma gemela, pues en el mundo sólo podían existir dos personas llamadas igual.

Aquellas personas que fueran nombradas de la misma manera serían complementarias y por lo tanto si se llegaran a conocer y coincidir en la misma zona del inmenso globo terráqueo en el que nos encontramos tendrían el regalo de experimentar el amor más puro y pleno jamás conocido.

Hace años yo quise saber cómo me llamaba para lograr identificar a mi otra mitad, así que acudí a las brujas; las únicas capaces de descifrar la identidad otorgada por los astros. La explicación de éste hecho es simple; una bruja no puede serlo a no ser que sea rebautizada con el nombre que le fue otorgado al nacer.

Cuando con impaciencia quise saber la manera en la que me llamaba vislumbre un atisbo de tristeza en el rostro de las bujas. «Tú no tienes nombre —me dijeron bajando la mirada—, naciste en un eclipse lunar y por lo tanto en el instante en el que te dieron a luz no había ningún punto luminoso irradiando en el cielo».

Mis ojos inmediatamente se inundaron de desesperadas lágrimas, pues yo era plenamente consciente de que la consecuencia de aquello era que mi destino era estar solo en el mundo, sin aquella persona capaz de darme dicha.

Llorando corrí a casa y me encerré en mi habitación despreciando a todo aquello que se encontrara fuera de donde estaba.

Tiempo después sin razón alguna decidí salir a ver nuevamente a las brujas y, camino hacia allí me encontré con una niña de mirada dulce, ella, al ver mi aire taciturno se acercó con curiosidad infantil hacia mí.

—Señor… ¿Se encuentra bien? —me preguntó contemplándome con preocupación.

—No —negué antes de pensar claramente mi respuesta—. Las bujas me dijeron que yo no tengo nombre y que, por ello no puedo encontrar a nadie que se llame como yo y sentirme completo.

La niña arrugó su diminuta frente antes de sonreír dejando entrever sus pequeños dientes.

—¡¡Eso es genial!! —gritó—. Si no tienes nombre significa que no tienes a nadie asignado para ti; podrás complementar a gente que haya perdido a su otra mitad pues al no llamarte de ninguna manera puedes adaptarte a cualquier persona. O mejor; ¡podrías hacer dichosa la existencia de otras personas como tú, que tampoco lo tengan!

Mi mirada se centró en ella con sorpresa.

Era cierto; en mi destino estaba escrito reparar el corazón de alguien como yo —sin identidad— o de alguna persona que había perdido su mitad.

_________________

EDITO: lo único mal escrito de aquí era la nota de autoor XDDDDDDDD. Diiooos... a veces me asombro de lo tonta que soy >.<

La historia moñas está bien escrita y no doy una en la nota de autor. Biieen... ¡¡Me merezco un pin!! *-*

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Mentiras.
Mentiras.
Mentiras.

De tu boca únicamente se evocan quimeras;
ilusiones fantásticas de un mundo ideal
que resultan encontrarse lejos de ser ciertas.

Espinas.
Espinas.
Espinas.

Aquellas que se hunden en mi piel,
como puñales;
como diminutas y afiladas dagas envenenadas
con la esperanza de una realidad ficticia.

Odio.
Odio.
Odio.

Y como consecuencia de lo que me inculcaste,
cambié;

y ya no volveré a ser la misma que era antes.

Kai&Claudia

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—Eres plenamente consciente de que no te voy a dejar salir de aquí, ¿verdad? Las ventanas están insonorizadas; eres mi prisionera.

Claudia se puso a llorar llena de rabia e impotencia; su llanto hizo eco en aquel zulo. Los ojos del asesino se centraron en ella con un ápice de tristeza que trataba vanamente de ocultar.

—Pooor... faa... Por favoorr... —logró balbucear ella inmersa entre lágrimas—. ¡Déjame salir! Te prometo que no abriré la boca; te juro porque me muera ahora mismo que nadie sabrá que tú matas por dinero.

El asesino se aproximó a ella; los ojos azul oscuro de él se clavaron en los grises de Claudia con furia y a la vez con otro sentimiento que ella era incapaz de descifrar.

—No —negó de manera tajante.

Claudia se convulsionó, furiosa. El asesino acercó su rostro al de la joven.

—Te amo —le susurró al oído con suavidad— y no sabes lo que lamento que te hayas visto implicada en esto; no tendríamos por que haber terminado así.

Claudia se mordió los labios indignada.

Inesperadamente, el asesino la besó de la manera exacta a la primera vez que ambos estuvieron juntos. Ahora no eran las mismas circunstancias; todo había cambiado lo suficiente como para que aquello no se sintiera del mismo modo que antes.

—¿Por qué, Claudia? —quiso saber él dolido—. ¿Por qué no me perdonas?, ¿por qué no tratas de comprender lo que soy? ¡Dame una oportunidad! Olvidemos lo ocurrido y actuemos como si no hubiera pasado nada.

Claudia bajó su mirada hacia sus manos esposadas.

—Kai —empezó ella utilizando el nombre falso que él le dio—. Has matado a un hombre delante mía, me tienes esposada en una habitación insonorizada y me has mentido acerca de quién eres —Claudia suspiró, aún en estado de shock—. Eres un asesino; mis ojos no te pueden mirar de otra manera.

—Antes también lo fui y me amaste.

—No —dijo ella—. Me mentiste, yo nunca vi tu verdadero yo hasta este momento y aunque sienta algo por ti soy incapaz de quitarme de la cabeza la idea de que ganes dinero segando vidas.

Kai, dolido, inspiró suavemente.

—Cierto —sonrió de manera amarga—, soy un asesino insensible y no me importa forzarte a que estés a mi lado; ahora mismo me da igual que me odies. Tengo más miedo al hecho de no estar a tu lado.

.

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Todos somos diferentes; tenemos algo que nos hace únicos e irremplazables; sólo hay un yo nuestro en éste mundo. Y ése hecho, la cuestión de que cada uno sea diferente es lo que nos asemeja, ya que todos compartimos esa cualidad.

De mayor quiero ser yo misma,
¿y vosotros?



 
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