Metamorfosis

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Quiero cambiar; ser alguien completamente diferente a lo que soy ahora, para así poder estar contigo. Alcanzarte; besarte, sentirte cerca...

Admiro a las mariposas que se elevan entre los campos de flores; tan hermosas y efímeras. Me gustaría ser como ellas; libre.

Tal vez me dejas de amar si no soy la misma persona; aquella de la que te enamoraste. Pero, ¿qué importa? Si siendo yo mismo nadie nos acepta debería de intentar renacer y convertirme en otro ser; con otro nombre, otro rostro, otra vida.

Admiro a las mariposas que se elevan entre los campos de flores; tan ligeras y valerosas. Me gustaría ser como ellas; fuerte. ¿Sabías que son el único animal capaz de cambiar por completo?

Pronto, muy pronto me saldrán alas y huiré contigo entre mis brazos, por el cielo, a algún lugar en el que podamos estar juntos; donde no tengamos miedo de demostrar nuestro cariño.

Admiro a las mariposas que se elevan entre los campos de flores; algún día metamorfosearé y seré como ellas.



Algún día cambiaré lo suficiente para que nos acepten y nos amemos plenamente
sin precuparnos por lo que nos deparará el mañana.

La manzana de Eva

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«Odio todo lo que se interpone entre tu cuerpo del mío, aún así sea aire»

—Juana la Loca.

Gabriel, todas las noches que se lo podía permitir, acudía a la alcoba de la humana para contemplar como su cabello rubio dorado caía sobre su almohada creando un río de aguas de oro. El pecho de ella, Isabel, subía y bajaba rítmicamente. Gabriel cerró los ojos y empezó a contabilizar las serenas respiraciones de la chica; aquello era lo único capaz de ot
orgarle la paz que él tanto anhelaba.

«Quisiera poder estar con ella —pensó pesaroso acariciando las pálidas plumas de sus alas—. Me gustaría poder tocar su incitante piel y memorizar su textura». Pero aquello era una pretensión prohibida puesto que a los ángeles no se les era concedido el privilegio de relacionarse con aquellos que no eran de su especie
.

Gabriel suspiró examinando sus alas con odio. «¡¡Ojalá desaparecierais!! —gritó internamente—. ¡No me hacéis falta para nada!»

Inesperadamente en sus oídos se coló el sonido de unas bisagras viejas y oxidadas. Se le pusieran pelos de punta. Apretó los dientes trata
ndo de contenerse.

—¿Tanto las odias? —inquirió alguien a su espalda. Gabriel saltó asustado y se giró sobre sí mismo buscando al responsable de aquel estruendo. Isabel se terminaría despertando si aquel ser seguía haciendo tanto ruido.

Pudo vislumbrar a través del hueco de la ventana unos o
jos borgoñas insólitamente oscuros, los cuales se encontraban protegidos tras unas espesas pestañas negras y unas cejas gruesas y pobladas.

—¿Quién eres? —interrogó Gabriel entre asombrado e insultado. Mantuvo su vista clavada en los rasgos marcados de aquel rostro extrañamente agraciado. Su tez era tan pálida que parecía mármol.

—Mi nombre es Konhat —los ojos de aquel tipo le escudriñaro
n de arriba abajo antes de añadir con vehemencia—. ¿Qué es lo que le encuentras tan interesante a la humana?

Gabriel, sorprendido por aquella pregunta se encogió de hombros dejando que su flequillo le tapara sus ojos color celeste. Aquel tipo parecía peligroso y Gabriel no tenía ganas de tentar a su suerte.

—Está sucia —espetó Konhat sonriendo con sorna; como si ello fuera de su agrado—.Las almas corrompidas no tienen ningún valor.

Gabriel no escuchó aquellas palabras, estaba extasiado por el tinte rosado de los labios de la chica. Quería tocarlos. ¿Cómo se sentirían al tac
to?, ¿serían suaves? La mano de Gabriel se extendió, y, antes de tomar contacto con la boca femenina se detuvo en seco.

En el fondo de la habitación se podía vislumbrar el brillante cabello de Isabel, el cual se agitaba de un lado para otro húmedo por el sudor. Su cuerpo, sin ningún tipo de ropa que lo resguardara, se agitaba de arriba abajo al compás de unas respiraciones irregulares y frenéticas. Debajo ella estaba un tipo, de unos cincuenta años de
edad, extasiado porque la entrepierna de aquella joven se deslizara sobre su falo. Su miraba hambrienta oscilaba entre la coyuntura de sus partes y los tambaleantes pechos de pezones rosados de Isabel.

—¡Quiero escucharte gemir! —le ordenó él con voz de pito.


Ella lo hizo, contemplando de reojo el fajo de billetes que descansaban en su mesita. Cien euros por aquello. Se mordió la lengua, reteniendo sus ganas de vomitar.

Cerró los ojos y continuó con su trabajo; si seguía observando aquel pecho peludo y cano terminaría echando la cena.

Gabriel retrocedió conmocionado.

—No puede ser… —musitó intentando encontrar la voz.

Konhat sonrió con sorna peinando las hebras oscuras de su cabello. Retiró un mechón negro que le dificultaba la visión.

—Y bien. ¿Ahora sigues pensando lo mismo de la humana?


Gabriel no contestó. Se mantuvo impertérrito; tieso como un palo. Estaba alterado por la escena que acababa de presenciar. Abrió la boca como lo haría un pez dentro de una pecera para extraer el oxígeno del agua. Se sentía idiota.

—Isabel… —sólo atinó a decir eso. El delicado rostro de la chica estaba en su cabeza; tan hermosa… y aún así él no alcanzaba a apreciarla como lo hacía antes. Estaba sucia.

—Las apariencias engañan —sentenció Konhat con regodeo. Gabriel chilló dolido por el tono divertido en el que Konhat pronunció aquella frase. Furioso, dejó salir parte de su ira.

—¡¡Es mentira!! ¡Me estás engañando! ¿¡Por qué me has puesto e
sa imagen de ella en mi cabeza!? —gritó él angustiado.

Konhat se encogió de hombros con aparente indiferencia.

—Yo sólo retiré la venda que tenías en tus ojos.

Gabriel en aquellos instantes era incapaz de pensar como lo haría una persona cuerda. Konhat le había arrebatado el ideal que tenía de la mujer a la que amaba, y lo único que podía hacer ante ello era dejarse ahogar en la rabia que le producía aquella situación.

—¡Demonio! ¡Eres un demonio que intenta atraparme en su quimera!

La pupila de Konhat parecía haber absorbido por completo el iris d
e sus ojos.

Continuará...

Mío

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Contemplé atemorizado el rostro de aquel ser. Parecía cincelado en algún tipo de mineral cálcico, no obstante aquella faz no daba la talla de ser una piedra dura y fría. Sus ojos eran de un amarillo brillante, como los de un gato.

Me aproximé a él cautelosamente, con miedo a que saltara sobre mí.

Quise saber por qué físicamente aparentaba ser humano, ya que si no fuera por aquel aura sobrenatural que le envolvía yo habría pensado que se trataba de algún tipo innegablemente agraciado.

—¿Qué eres? —le interrogué, asustado.

No me contestó. El ámbar de sus ojos destilaba cansancio, y, en el fondo, desesperación.

—Mío —musitó. Su voz sonaba como la de un arpa desafinada—. Mío.

Aquellas palabras fueron expulsadas de su boca sin fuerzas. Tuve que concentrarme para poder dotarlas de significado.

—¿Tuyo? —dije confundido. Me arrodillé, apoyando con desconfianza mi mano derecha sobre sus hombros asombrosamente huesudos.

Aquel hermoso ente estaba en un callejón poco transitado, acurrucado en una esquina como un animalillo indefenso; aunque por su poderío resultara inaudito vislumbrarle como si se tratara de una criatura débil.

—¿Qué es tuyo? —le interrogué con curiosidad. La profundidad de su pupila se hallaba vacía; como si en su interior no hubiera nada y fuera un hueco títere a merced de sus más primitivos instintos básicos.

—Mío —repitió sonriendo con sorna. En su boca brillaban sugerentemente sus blancos dientes.

—¿Qué es tuyo? —repetí, perdiendo la paciencia. Coloqué mi otra mano sobre su hombro y traté de zarandearle vanamente. Pesaba toneladas.

—¡Mío! —chilló de manera desgarradora.

Noté la caída de un cálido líquido sobre mi garganta. El color borgoña estropeó el inmaculado blanco de mi camisa.

Hola, ¿cómo estás?

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Estás acurrucada en una esquina de tu habitación. Contemplas desde ese punto todos los muebles que la consituyen. Frente a ti está la ventana; la dejaste abierta. Llueve. El agua se cuela a través del hueco de la obertura, mojando las cortinas.

La lluvia va en aumento; se avecina una tormenta.

Hola, ¿cómo estás?

Como si a él eso le importara. Quieres decirle todo lo que piensas; abrir la boca junto con tu corazón, pero no puedes; de tus labios sólo salen mentiras y excusas baratas propiciadas por tu cobardía.

Hola, ¿cómo estás?

Ya no tiene ninguna expectativa en ti, pero que no se preocupe; tú tampoco la tienes. Quisieras ser como la protagonista de un shojo*; guapa y deseada.

Hola, ¿cómo estás?

¿Por qué él no te abre su corazón y te dice todo lo que piensa? Así las cosas serían más sencillas. Ahora sólo existen tus ganas de llorar; derramarás lágrimas que tratarás de ocultar. Gracias.




*El shōjo (少女? lit. «mujer joven») es la categoría del manga y anime dirigida especialmente a la audiencia femenina adolescente.

He aplicado este género en el texto porque las protagonistas de los shojos suelen ser adolescentes guapas e idealizadas, de las cuales todos los varones terminan enamorándose.


Autorealización

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En el momento en el que decides ser tu misma comprendes lo valiosa que eres.

¿Por qué? Porque ya no necesitas la aprobación de los demás para sentirte satisfecha y te ves sin todos los tapujos que la sociedad se autoimpone. No te juzgas, y sonríes al ser consciente de que eres tan imperfecta como hermosa.



¿Qué más te da lo que piense el mundo de ti? Si lo más importante es aceptarte. Con tus virtudes y defectos.

Si anhelas que la gente te vea como a una reina deberás de empezar a contemplarte así cada vez que te vislumbres en el espejo.

Chica, eres única.



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Don Aurelio gritó pidiendo silencio, furioso, sin lograr absolutamente nada. Puse los ojos en blanco con la vaga sensación de que éste, sería un día muy largo.

—¡Hola! —saludó alguien que acababa de entrar en el aula.

Era una chica muy guapa, no obstante, su look se asemejaba bastante al masculino; seguramente sería el tipo de adolescentes aficionadas al deporte y que odian el rosa. Vestía una ropa un tanto extraña; repleta de calaveras, cadenas… ¿Sería gótica? Los demás compañeros de clase seguramente pensaron lo mismo, pero aún así como era tan atractiva no tomarían eso como pretexto de burla. Las hay con suerte.

Su pelo era castaño oscuro no muy largo; a penas le llegaba a los hombros. Tenía los ojos de color azul oscuro; grandes y expresivos, aún a pesar de sus pestañas cortas.

Su tez era morena y daba la sensación de ser muy suave y delicada.

Tuve envidia de ella; una parte mía anhelaba destacar al menos la mitad de lo que lo hacía esa chica.

—¿Quién eres? —le preguntó Aurelio revisando la lista de alumnos. Obviamente ella sería una alumna nueva que se había cambiado de centro de estudios.

—Mi nombre es Kai Spencer —todo el mundo se sorprendió ante la extrañez de su nombre y apellidos. Quizá su familia era de otro país y se mudaron aquí cuando ella era pequeña.

Mis ojos bajaron a la libreta en la que estuve garabateando; mi interés había desaparecido, pues no valía la pena mostrar atención por una chica que jamás me dirigiría la palabra.

Seguí con lo mío hasta que, me sentí incómoda sin saber por qué. Mis ojos se alzaron de la hoja en la que rayaba y se vieron sorprendidos por el hecho de que la mirada de esa chica estuviera fijamente clavada en mí.

Arqueé una ceja confundida; nunca nadie me había contemplado directamente; era una sensación rara e incómoda. Aún así no pude evitar reconocer que una diminuta parte de mí se sentía un poco alabada, pues era la primera vez que alguien me prestaba atención.

Le mantuve la mirada durante unos instantes con desconfianza; esperando que me dejara de observar, que se riera de mí o alguna cosa por el estilo.

Nada de aquello ocurrió; sus ojos dieron la bienvenida a los míos y se hundieron en el interior de ellos con interés. Aparté la mirada, con miedo a que leyera dentro de mí, pues daba la sensación de que estaba haciendo precisamente eso.

—Siéntate donde quieras—le dijo Aurelio a Kai.

La chica obedeció y, para mi sorpresa, de todos los asientos libres escogió el que estaba a mi lado. Tragué saliva; era la primera vez que dicha situación me ocurría y no sabía cómo reaccionar. Una parte mía anhelaba caerle bien y poder ser su amiga y otra deseaba que se fuera de allí y se sentara en otro lado, pues tenía miedo a lo desconocido y auguraba que de todos modos se cansaría de mí.

Deseé con todas mis fuerzas ser invisible y que ella no se hubiera dado cuenta de que yo estaba ahí. No funcionó.

—¿Cómo te llamas? —me interrogó con curiosidad nada más su culo tocó la silla que estaba a mi lado. Esperó mi respuesta con un interés que me hacía sentir miedo de contestarle algo que le aburriera.

—Nadia —dije; mi voz sonó ronca, como consecuencia de la cantidad de tiempo que llevaba sin hablar.

—Mi nombre es Kai —dijo ella, sonriéndome de manera cordial—. ¿Cuántos años llevas estudiando aquí?

Hacía mucho tiempo que no tenía una conversación con alguien, así que no sabía muy bien seguir el ritmo; temía abrir la boca y equivocarme. Tomé aire para contestar.

Kai arqueó una ceja mirándome de manera sugerente.

—Tienes un buen escote —afirmó como quién no quiere la cosa. Mi mirada descendió a aquella zona; nunca me había planteado aquello.

Más confusa que ofendida o avergonzada me encogí de hombros; era una chica y aquel había sido un mero comentario superficial.

—Tú no tienes mucho pecho —le contesté sintiéndome idiota.

Me mordí la lengua; mi comentario le podría resultar ofensivo. Bajé mi cabeza y cerré los ojos nerviosa.

No hubo ninguna respuesta por su parte; sí, seguramente le había sentado mal. Durante unos instantes quise recriminarme a mí misma lo imbécil que había sido al hablar con tanta ligereza sin estar acostumbrada a ello; era obvio que por la falta de costumbre me resultara tan complejo seguir el hilo sin cagarla.

Abrí mis ojos con lentitud y alcé mínimamente mi cabeza; lo justo para poder observar la reacción de la chica. Primero leí confusión e instantes después adiviné una sonrisa entre pícara y maliciosa que no me auguró nada bueno. Recompuso su gesto a una mueca cordial.

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Fragmento de una histo; estoy cansada del viaje a Italia y no tengo muchas ganas de ponerme ahora a escribir -.-

Espero que no lo hayáis leído de mi otro blog, y si no mala suerte xd

Marietta ha vueltooo *-* y para quedarse e_e


 
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