Cometa




       Tomé el cordel, hecho de hilo de palomar, y corrí en dirección contraria al viento con la intención de elevarla alto, muy alto. Quería que se confundiera con los pájaros, que se empachara del azúcar de las nubes, y bailara al son del lento vaivén de una canción de cuna. Surcó las alturas con desdén y elegancia mientras mis ojos se posaban sobre su estructura rojiza, amarilla, naranja, azul... Los colores que la decoraban eran tan vividos que durante unos breves instantes me imaginé viendo el arco iris, en lugar de un trozo de papel pinocho con unos mástiles de bambú.

       Ante aquella hermosa visión de los cielos corrí sosteniendo el cordel entre mis ansiosas manos. Ojalá nunca, por nada del mundo, dejara de bailar entre los astros. Me encantaría que siguiera hasta el fin de sus días ahí, entre los cielos, como recordatorio del fogoso vendaval que mecía mi cabello cariñosamente. Mis pies continuaron moviéndose por aquel inmenso descampado con ansias de más; con fuerzas y ánimos para que aquella hermosa cometa jamás finalizara su viaje.

       Fue entonces cuando el suelo desapareció y fui yo la que volé; la que llegó lejos y se confundió con los pájaros; la que se empachó del azúcar de las nubes y bailó al son de una canción de cuna. Surqué las alturas con desdén y elegancia y pude asegurar, sin lugar a dudas, que nunca en toda mi vida había sido tan feliz.




El hada, los elfos y el señor Oso



         Sé que estáis ahí escondidos, esperando a que os encuentre. Sé que estáis ahí, bajo mi cama; entre las grietas del techo de mi cuarto; ocultos bajo un dedal.. Os siento cada madrugada, paladeo el dulce chasquido de vuestros ojos fijos en mi cuerpo de niña inquieta y revoltosa. Y sonrío, porque me gusta saber de vuestra compañía. Y sonrío, porque la soledad es amiga de la sal.

         Mamá me ha dicho miles de veces que no, que no estáis ahí, y me duele. Pensar que me abandonáis hace que mi habitación se convierta en una madriguera oscura e infranqueable. Cuidad de mí cada noche; velad mis sueños y nunca, pase lo que pase, os vayáis de mi lado. Os necesito, por favor...

         ¿Qué es eso? Un suspiro dulce y cítrico. Ácido y oscuro. ¿Eres tú? Ven conmigo; seamos amigos. Me gusta cómo relucen tus ojos de gato y tu sonrisa tímida. ¿Qué eres?, ¿un elfo? Me gustan los elfos. Tenéis las orejas muy largas, ¿sabes? Y suaves, se sienten suaves. ¿Conoces al señor Oso? Gracias a él sé que no me invento las cosas; me dijo que sí existís y que le prometisteis al hada que seríais mis salvavidas si alguna vez mi peluche no estaba. Me siento perdida y sola. Necesito liberar la oscuridad de este lugar.




Dibujo realizado por David Ahufinger


Señor Oso, ¿dónde estás? 



Demiurgo




         Las ideas atraviesan mi cabeza queriendo alcanzar la cumbre de mis pensamientos más profundos; me susurran cosas bonitas que me dejan un poco nostálgica y me convierten en un cazador cazado. Hacen que nazcan pensamientos intrincados; con sabor a algo dulce y agrio a la vez. Entonces es cuando se ilumina la bombilla y me entran ganas de coger el teclado. Hay algo dentro de mí que demanda por que esas cosas salgan fuera.

         Entonces es cuando intento darles forma, y me pongo triste. Toda yo soy abstracta. Todas mis emociones, mis ideas... Son remolinos de muchos colores, de muchos matices, que las palabras no son capaces de alcanzar. Me dedico vanamente a juntar una letra, y otra, y otra. Para, seguidamente, terminar topándome con frases y párrafos que intentan decir muchas cosas y terminan quedándose a medio fuelle.

         Y llegados a esa situación me pregunto, ¿acaso es posible contarlo; expresar todo lo que custodio dentro de mí? No, desde luego que no. Pero por alguna extraña razón sigo intentándolo. Sigo poniendo mi empeño en sacar a la luz algo demasiado complejo para las palabras. Y a veces, algunas veces, parece que lo consigo. Logro que la gente vea el vestigio de una idea que nubla mi cabeza.

         ¿Y sabéis qué? Eso es lo más bonito. Es preciosa la interminable y desventajosa lucha del escritor. Es maravilloso estrujar los sesos al pensar en una situación, en una emoción o metáfora que calce con algo tan ambiguo y abstracto como lo es el pensamiento humano. Y más maravilloso lo es aún cuando alguna de tus creaciones se logra acercar lo suficiente a lo que quisiste expresar como para volverse una copia imperfecta de la realidad. Eres el demiurgo de un cosmos mediocre; de un universo pobre pero prometedor que anhela alcanzar, sea como sea, el tan preciado mundo de las ideas.




El príncipe del dibujo


          
         Le estaban persiguiendo. Su ágil cuerpo principesco se deslizó por el bosque atolondradamente. No sabía dónde estaba, de dónde venía o dónde tenía que ir. Se sentía como un satélite; como una luna girando sin su planeta tierra.

     Oh, Dios mío... La noche. Era de noche y las tinieblas amenazaban con consumirlo; con absorberlo como si de un agujero negro se tratara. ¿Dónde?, ¿hacía dónde se dirigía? Las ramas de los árboles le arañaron la piel conforme más fue adentrándose en aquel terreno inhóspito y su aliento fue volviéndose más frenético conforme su desorientación se fue volviendo más fiera. Escuchó pasos; alguien iba tras él. Pudo saberlo por el sonido cortante de las hojas secas que se convirtió en un Réquiem a su espalda.

         Repentinamente, silencio. Los pasos que iban tras él desaparecieron. Y sintió aquella sensación amarga de incertidumbre; de no saber lo que iba a ocurrir. La ausencia de sonido sólo fue rota por su respiración frenética; por sus ganas de encontrar ese oxígeno que parecía escapar de sus pulmones.

        Y cayó. Y el viento acarició su pelo, desparramándoselo por el rostro. Iba a hundirse en el vacío; en una nada repleta de humedad y sal. Fue entonces cuando, perdido y desorientado por la caída, parpadeó. Y se encontró con que las tinieblas se habían teñido de color pastel y con que los espesos árboles del bosque se convirtieron en elementos decorativos de trazos simples y metódicos. La humedad que tanto lo aterraba estaba ocasionada por el mar que besaba un precipicio, al cual estaba destinado a caer. No obstante, en escena apareció la mano salvadora de una princesa de cabello rojizo, que lo miraba con la promesa de que su vida no iba a terminar en aquella escena.

Dibujo realizado por David Ahufinger
          Fue entonces cuando sacudió su cabeza y se topó con un dibujo que él mismo había retratado. En él la amada salvaba al amado de caer a un abismo rocoso repleto de agua y sal. Y en aquel instante se dio cuenta de que aunque nada hubiera sido real su corazón latía como si aquella escena fuera auténtica y de que aquel dibujo contaba una historia que iba más allá que unos simples trazos en el Sai.



 
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