El eclipse



        Ellos son débiles, y lo saben. Por eso huyen de nosotros con los ojos entreabiertos y con una mueca de pánico en sus rasgos. La boca crispada en forma de O, las mejillas pálidas y la frente arrugada. Ellos solo huyen mientras los hacemos pedazos, y nos divierte. Nos gusta ejercer la fuerza y el control sobre su estirpe. Porque son solo humanos. Inútiles humanos.

        Tomamos lo que queremos, aullamos como los animales que somos y nos regocijamos al romperlos. Solo humanos, repito en un gruñido de fiera. Y entonces la veo. Solo una humana de cabello canela y rostro alargado. Su boca crispada en forma de O, sus mejillas pálidas y su frente arrugada. Una de tantas, y no. Mi corazón se encoge, mi sangre hierve y siento que el que acaba roto he sido yo. Ella solo me mira con el alma hecha trizas, con el terror espeso de quien ruega piedad. Tengo ganas de decirle que conmigo será distinto, que nunca le haría daño, pero las palabras mueren en mis labios.

        La luna, ella es la luna. Nuestro destino es estar juntos y, en cambio, me mira como si fuera el ser más desagradable del mundo. La tierra enlazó nuestras almas al nacer y estaremos incompletos si nos alejamos. Ella llora, me teme, y tengo la incertidumbre de si alguna vez me podrá perdonar. Contemplo el reguero de cadáveres expuestos y me doy cuenta de que estoy en un punto de no retorno. Soy una bestia y estoy seguro de que jamás podrá aceptar esta parte de mi naturaleza. No después de lo que ha presenciado. La he hecho añicos; no hay vuelta atrás.




 
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