Tengo las palabras atragantadas



Tengo las palabras atragantadas;
abro la boca, y nada.
Quiero,
pienso,
siento,
padezco.

Tengo las palabras atragantadas;
y eres tú quien no me permite sacarlas.
Esclava de los silencios
funambulista de medias verdades.

Dices tener razón
desde donde empiezan
hasta donde terminan 
mis males.

Tengo las palabras atragantadas
y no me ayudas a liberarlas.
Piensas,
sientes,
padeces.
Lo tuyo siempre.

El dolor me socava,
me hunde,
me humilla
y me rebasa. 
Lo tuyo siempre.

Es tu inmovilismo una jaula;
de grilletes gruesos 
y gruesas amenazas.

Derramo lágrimas como 
un cántaro a rebosar. 
Que cargo yo sola,
mi cántaro de agua.

Tengo las palabras atragantadas
y me olvido de mis demonios.
Lo tuyo siempre.

Somos las mujeres
quienes ni sienten,
ni padecen.






La princesa que olvida



Fui una princesa sin lazos,
sin flores, sin vestidos.
Fui una princesa triste,
con la mirada al cielo,
ausente,
y sin zapatos.


Apagada me peinaba el cabello
lleno de rosas secas, 
y de caspa.
Me peinaba el cabello 
en el cauce de un río
y me miraba sin mirarme.

Ojos marrones, pupilas tristes.
Algunas pecas y labios resecos.
Frente ancha, rostro alargado.

Me llamé la princesa sin lazos,
porque la desazón me los había arrancado.
Ni cancanes, ni tules,
iba remendando mis harapos.

Luego la gente me miraba,
y los miraba sin mirarme. 
Ojos marrones, cabello apagado. 
Apagada yo, iba en mis harapos.


Vino un hada y me dijo sin palabras
«No estés triste por no llevar zapatos».

Entonces olvidé 
cómo ser princesa
y el peso de las exigencias
dejó de ser pesado.

Me salieron alas en la espalda, y partí. 
Ya no era la princesa sin lazos, 
con harapos, o cosa así. 
Solo era yo misma.





 
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