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           Te miro a lo lejos, princesa, y te envidio. Eres hermosa; cualquiera querría ser como tú. Tus ojos azules relucen con jovialidad y tus hebras de miel son suaves. Tienes dinero. Tienes belleza. Tienes juventud. Y yo te miro desde la distancia sintiéndome mediocre. Soy una bruja malvada morena, bajita y torpe. Tengo una verruga en la nariz. Mi pelo es negro y está lleno de canas. Mis arrugas, por el estrés y la tristeza de llevar una vida demasiado cruel, son una imperfección que siento amarga.

           Yo solo quiero ser hermosa como tú, princesa. Pero no lo ves, y por eso te odio. Desde tu torre de marfil has sido nuestro modelo de referencia; tu belleza, nuestra meta. Es por eso que siempre, antes de juzgar al cualquiera, me comparo físicamente con los demás. Por eso te odio, princesa. Por eso te dejo sin príncipe; te convierto en cisne o te encierro en un castillo. ¿En cisne por qué, si tendría más sentido que te castigara con un animal horrible? Porque hasta los embrujos me limitan. Te volviste intocable en lo superficial, aunque en lo emocional algo menos. Puedes estar sola años sin que nadie te quiera; puedes sufrir esclavitud, abuso o violaciones. Pero ser fea nunca, princesa, porque es una de las máximas que te representan.

           El caso es que da igual lo que haga contra ti o las razones detrás de mis actos. Da igual que la sociedad sea injusta con las brujas. Da igual que la sociedad convierta en feas o prostitutas a las mujeres que quieran cosas tan esenciales como la libertad que reclamó en su día Lilith o el afán de ser tan inteligente como un varón. Espero que algún día comprendas el peso de mi ira y, con el tiempo, aprendas que lo mejor que podrías hacer es dejarme ganar.





 
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