Despedida



            Te desvaneciste de un momento a otro. Te vi primero, fuerte, y con la promesa de tiempo a tu lado; te vi después, con la mirada al cielo, etérea. Te llamo etérea porque no estabas. Con las pupilas al cielo, anhelabas ascender como un pájaro. El cuerpo te pesaba, yaya. Te pesaba tanto que rogabas a las alturas que te cogieran en brazos. Fuiste una vasija vacía aquella madrugada, cuando algo en ti se hizo pedazos. Te rompiste por dentro, muy poco a poco: con los ojos al cielo (esa mirada, que dudo poder borrar alguna vez de mi cabeza) esperabas paciente que se apagara la llama.

            Horas antes, tan vivaz te recordaba; tan nítida, tan tú. Horas antes sonreías con dos manzanas maduras de mejillas. Horas antes besaste mi mejilla. Te dije «Nos veremos mañana. Sé positiva, porque vas a curar». Y no: no hubo cura. Solo una llamada a mi teléfono con cuatro palabras que me hicieron más daño de lo que pensaba: «Tu abuela se muere». Al día siguiente ya no tenías las manzanas. Tu boca entreabierta, con respiraciones forzosas. Tus pupilas mirando al techo (esa mirada, que dudo poder borrar alguna vez de mi cabeza). Te besé en la frente y no tuve el valor de articular palabra; me faltaba la voz porque tenía un peso en la garganta. No quería que me vieras llorar, aunque creo pudiste sentir mi pena. Fui entonces yo la que te besó a ti.

          El tiempo que estuve cuidándote en el hospital lo siento todavía como una película. La mañana en el tanatorio. Tu cadáver pálido, con los ojos cerrados. La misa. El momento exacto en el que el ataúd se ocultó en el nicho. Una jodida película, yaya. (Y tus ojos, sobre todo tu mirada perdida y el beso en la frente que te di). Me siento culpable porque me despedí seca, insensible. Con lágrimas, pero fría. Tenía tanto miedo de asumir lo inevitable. Qué te morías; qué estás ya muerta. La vida, que sigue adelante como si diera igual absolutamente todo. La vida, qué es maleducada con tu falta.

          Te quiero. A pesar de que fuéramos incompatibles te echo de menos. Ojalá no te hubieras marchado. Soy egoísta al pedírtelo con tu sufrimiento, pero ojalá estuvieras aquí con todos nosotros.

            


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