No estoy loca, pero sí terriblemente triste

Quiero creer que esta nada es mi meta. Desde que me llega a la memoria, la he anhelado con todas mis fuerzas. Siempre deseé vivir en un vacío que me distanciara del dolor para poder observarlo desde fuera y sentirlo ajeno. Y ahora que por fin lo he conseguido, tampoco me sirve. Los días y las horas no me saben a nada. La anhedonia se ha convertido en unos grilletes que me hacen seguir igual de miserable. A veces me pregunto si simplemente esta es mi dinámica. Tal vez no exista una receta para hacerme feliz.

¿Acaso es posible experimentar el desconsuelo en la ataraxia? ¿Por qué quiero llorar cuando no siento nada?  Mis preguntas solo giran, y giran todas las madrugadas. Yazgo en un tiovivo que me da náuseas. 

Quizá el problema sea yo. Quizá sea como Edipo y nací para vivir en la tragedia. O quizá simplemente este mundo no esté pensado para que seamos felices.

Ya ni siquiera escribir me llena. Ya ni siquiera escribo. Empiezo a olvidar cómo se verbaliza la desazón, aunque a veces lo eche de menos. Así que voy a intentar revivir este espacio para seguir compartiendo las incoherencias que confluyen en mi cabeza. Quiero que alguien me lea para sentir que formo parte de algo con esa persona. 

Últimamente he estado pensando en las palabras de Marina Rosand: No estoy loca, pero sí terriblemente triste.


Lo que nunca pude hacer

Llevo años queriendo dejar de ser la misma, pero todo se repite. Y, cuando me miro en el espejo, también me siento la misma; como si el tiempo, a pesar de todo, no me carcomiera. Mi carne intacta, para seguir evocándome con diecisiete años y toda la vida por delante.

Ojalá escapar de mí; ojalá arrancarme las vísceras. Y, con la misericordia que traería el dolor por la herida abierta, conseguir pedirme perdón. Todavía no me he perdonado.

 
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