Paralepípedorecto

Palabras: paralepípedorecto, cuello, huevo, comedor, tocador.

                       Mamá tenía un tocador en el comedor, donde se pasaba horas y horas peinándose. Era rubia con el cabello rizado, que siempre llevaba suelto como la melena de un león. A veces se ponía rímel en las pestañas, coloretes en las mejillas y brillo de labios. Me gustaba mirarme como hacía ella, hasta que llegó un día en el que todo cambió. Estiraba el cuello para apreciar mi reflejo, y todo estaba mal. Mi cabeza ovalada; amorfa como un huevo. Blanca, también, como el huevo malito de una gallina enferma. Mis ojos redondos y saltones, de rana; con el iris como la tierra del pantano. Había engordado, así que nunca podría llegar a ser tan bonita como las flacas. No me gustaban mis granitos, ni las ojeras hendidas de color malva, ni mi pelo grasiento de caramelo. Luego pensé en la forma que tenía de ponerse guapa mamá y quise ser como ella, pero aquello no iba a funcionar porque ella era inalcanzable y yo solo un fracaso. 

                       Por eso quise eliminar las pruebas y tomé el espejo. Volví a analizar mi reflejo, dudando. Era tan fea que deseaba dejar de serlo: olvidarlo al menos un poco. Y lo lancé. Impactó contra el suelo, donde se hizo mil pedazos. Entonces mamá dijo “¡¿Qué estás haciendo, Erisse?!” Gritó muy fuerte, así que fui consciente de mi error. Llegó al comedor, con su cabello brillante de hebras doradas. La miré; me miró. Tan solo le dije “Ya no es un paralepípedorecto”, porque era verdad. Ahora los cachitos de vidrio eran dodecaedros.




1 naufragios:

Gloria Hernandez dijo...

Te ha quedado bien, sigue así y sigue escribiendo. Tienes mucho talento y las rutinas se pueden retomar!

 
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