Des(hojado)

Cultivaron en mi tórax alfileres, que crecieron como madreselvas: fueron desde mi pecho hasta arriba, para bloquearme la garganta. Luego treparon hacia mis labios y los orificios de la nariz; por eso permanecía muda, sin espacio para respirar entre cada lágrima. La simiente llegó, también, a clavarse muy profundo en mi cerebro; donde posperaron inseguridades por cada alfiler. Fueron ellas quienes me tejieron el suéter de amargura, que siempre llevaba encima para arroparme del frío. 

Tengo un lastre en el corazón por el que temo no poder querer(te)me. A veces siento que la única solución es marchitar, como las hojas cuando llega el otoño. Ojalá rociarme entera de matarratas para perecer junto a las agujas porque, visto lo visto, lo más complicado de la ecuación es no hacer(te)me daño.

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