Buu


             Annie aguardaba al monstruo bajo las mantas; hacía frío fuera de la cama. El monstruo estaba además fuera de la cama, donde las sábanas no lo podían guarecer. Escuchó pasos y el graznido de bisagras, que acompañó al de una velada respiración. La noche era oscura, aunque más lo era aquel cuarto. Brillaba solo el gusiluz de Annie, haciéndo musica a ratos. Un gusiluz que resplandecía, impávido, cuando la pequeña empezaba a llorar.

             Annie quería ser sirena porque le encantaría tener cola de pez: se imaginaba con escamas en lugar de piernas y branquias en lugar de orejas. Alguna que otra vez se las había dibujado en el cuello con la ayuda de mamá. De hecho, era a mamá a quien quería confesarle que el monstruo la iba a buscar de madrugada y era el mismo monstruo quien se lo impedía. «Nadie te va a creer —le dijo cuando iba a comérsela—.Mamá se va a enfadar si te chivas». Así que Annie guardó silencio. 

           Con sus pasos, el graznido de visagras y su velada respiración, el monstruo entró. Removió las mantas mientras Annie miraba a su gusiluz sonreír, de nuevo, impávido. Peludo. Era peludo y de color azul con motitas blancas. Sus ojos amarillos, de gato; su boca grande y también azul; sus dientes blancos y afilados. «Me habías asustado —espetó Annie—. Tú no eres el monstruo que esperaba». Y rompió a reír. El monstruo, desconcertado, le preguntó: «¿Acaso hay algo que asuste más que yo?». Entonces se repitieron los pasos, el graznido de visagras y la velada respiración. 

             Ante el monstruo bueno, se presentó el monstruo malo: papá se quedó tieso como un palo, contemplando a aquel engendro azul con motitas blancas. Las dos aberaciones se miraron durante unos segundos, preguntándose cuál de ambas era la más terrorífica. Fue Annie quien decidió por los dos: acudió a resguardarse a los brazos del peludo. «Sácame de aquí» le susuró bajito. Y así fue como el engendro azul con motitas blancas devoró a su papá. Aquella madrugada, la pequeña descubrió que un demonio podía ser la solución para sus propios demonios.





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