Lucía

Reto, cinco palabras. Puerta, lejía, coronavirus, vacuna y miedo.

Te quedas mirándome, Lucía. Me miras con tus ojitos chicos, castaños, y luego frunces el ceño. Llevas puesto el batín del hospital, que es de un verde, casi azul. Te queda horrible. Las ojeras danzan sobre las cuencas de tus ojos como la luna menguante. He llamado a la puerta, pero no has respondido. Sé que te molesta que vaya a verte, aunque no me lo digas. Pero dime, Lucía, ¿Qué puedo hacer? ¿Qué esperas de mí en estas circunstancias? De cualquier forma, tampoco es la primera vez que te decepciono y esta, por lo menos, es por motivos justificados.

Llevo puesta la mascilla, para protegerme del coronavirus como dijeron en las noticias. En la tele, que está enfuchada ahora mismo, están mencionando tema. Y es que no existe otra cosa mejor de la que hablar. Lo he pensado, y es hasta paradójico: la humanidad, que es una enfermedad, mencionando enfermedades. En un mundo en el que el miedo ha sido siempre el eje de la ecuación, deciden infundirnos más miedo todavía. Qué si no han sacado la vacuna, me dices, mirando hacia el telediario. ¿Y a mí qué cojones me importa? Pienso increparte, pero no lo hago. Guardo silencio, midiendo de nuevo tu ceño fruncido y la luna menguante que orbita sobre tus ojeras.

Tienes el pelo sucio, sudor sobre las sienes y las uñas mordidas. Qué bonita te ves incluso estando enferma. «Cualquier día me tomaré el bote de lejía que dejas al lado de la lavadora», musitas. Sonríes después, porque todo esto es un juego para ti: tu salud física está tan marchita como las flores que nunca llegaron a alcanzar la primavera. «Si no te matara la lejía, lo haría el coronavirus. Probablemente así sufrirías menos». Asientes, siguiéndome el juego. 

La atmósfera cambia, se vuelve más espesa. Ya no escucho la voz de la chica que da las noticias: a mi alrededor ha desaparecido cualquier cosa que no seas tú. «Por favor, Lucía, aunque sea egoísta no quiero que te mueras». Y me miras otra vez con la luna menguante, que no hace otra cosa que reflejar el cansancio de llevar ya tantos años luchando. «Si te fijas, la manera en la que vivo se diferencia bien poco de estar muerta». Aquella verdad me dolía tanto como si me hubiese engullido yo el dichoso bote de lejía.


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