.

A veces necesito decirme que me odio. Y, en esa vorágine de autodestrucción, encontrarme a mí misma. No existe cosa capaz de representarme mejor que el desprecio que siento cuando me miro en el espejo y no soy lo suficiente bonita. Ni lo suficiente estilizada. Ni lista. Antes me sentía lista, pero nunca más. 

Tampoco tengo talento para contar historias; ya ni siquiera me apetece contar historias. Antaño hablaba de chicas valientes, pero tristes; que querían atrapar la felicidad entre sus manos. Ahora, parece que solo puedo hablar de mí. Antes, me fraccionaba en diferentes personajes —distintos a mí, o iguales— y era capaz de imaginar vidas distintas. Pero el presente me ha regalado una cabeza vacía: sin ideas, estoica y repleta de ataraxia. Sigo obsesionada con la ataraxia: aunque ya no sé si quiero abrazarla o escupir sobre su frente. 

Antaño podía conseguir que me entendieran o conectar, aunque fuera un poco, con aquel que se molestara en leerle. Pero ya no; eso ha terminado. Mis palabras caen en saco roto —igual que en el pasado, pero más invisibles—. Así que me sigo odiando, porque a pesar de estar empezando a alcanzar mis metas, me siento profundamente insatisfecha. No me gusta la chica en la que me he convertido. Y es que la tragedia reside en que ya no me queda nada que contar.

0 naufragios:

 
Mis Escritos Blog Design by Ipietoon