...


Unas verjas antiguas y oxidadas nos vetaban el paso a lo que parecía ser un cementerio.

—¿Dónde estamos? —quise saber sorprendida.

Chris puso los ojos en blanco.

—Te lo he dicho un montón de veces, Sofi. Esta es mi casa.

Chris empujó la reja de entrada; las bisagras chirriaron de manera estridente, provocando que se me pusieran los pelos de punta.

Podía escuchar de fondo el crujir de las hojas secas a nuestro caminar y el casi imperceptible sonido de los cuervos graznando en busca de algo con lo que alimentarse.

Conforme más nos introducíamos en aquel ambiente, más frío hacía.

La espesa niebla dificultaba mi visión. Mis ojos se clavaron en la piedra gastada, y repleta de moho de las lápidas.

—¿Vives aquí? —le pregunté, atónita—. ¿Por qué?

El chiquillo se encogió de hombros con suavidad.

—Dejaste de pensar en mí, así que yo dejé de existir. Formaba parte de tus recuerdos vagos, de tus fragmentos olvidados…

Asombrada, le abracé.

Chris suspiró, mostrándome su epitafio:

Chris

«Olvidado cuando Wendy creció»

—Pero no pasa nada, Sofi —afirmó con una sonrisa en sus labios—. Ahora estoy contigo y, mientras de vez en cuando me dediques algún pensamiento, no volveré aquí.

Le miré con culpabilidad.

—Pero yo… No te recordé; tú apareciste porque sí.

Chris negó; había perdido el deje infantil e inocente de su mirada; parecía un adulto en el cuerpo de un niño.

—Eso es lo que piensas —hizo una breve pausa tomando aire a la par que organizaba las ideas en su cabeza—. Cuando se produjo el choque tú estabas llorando y recordando con melancolía lo feliz que eras de pequeña. Yo fui aquel pensamiento; yo soy la infancia; tu infancia.

Asombrada, parpadeé.

—¡¡Ahora lo entiendo!! Por eso estabas aquí; hacía milenios que no pensaba en ti.

Chris me lanzó una sonrisa amarga y cansada; algo impropia para un chiquillo de su corta edad.

Dejé que mi mirada se deslizara por los sepulcros gastados, asombrada de que algunos ni tuvieran nombre.

—Eso es porque ya no recuerdas ni quiénes son. No tardarán demasiado en hacerse polvo y fundirse con el viento —me dijo Chris adivinando mi duda.

Me sentí mal por ello.

Al fondo, pude observar lo que parecía ser un mausoleo.

—¿Quién está enterrado allí? —quise saber. Para que tuviera aquel lugar tan especial tenía que ser alguien muy importante.

Tus padres —me contestó Chris en tono seco.

Asombrada, corrí esquivando las lápidas.

—¡¡Mamá!! ¡¡Papá!! —les llamé desesperada—. ¡¡Soy Sofía, vuestra hija!! ¡¡Salid de allí!!

Chris se acercó a mí y tiró de mi brazo para llamar mi atención.

—Están muertos.

Las lágrimas corrieron libremente por mis ojos una vez terminó de pronunciar aquella frase; tenía la esperanza de que en aquel lugar extraño donde me encontraba pudiera ver a mis progenitores, pero por lo visto nada era capaz de combatir contra la muerte.

—Es cierto —. Sollocé tratando controlarme—. Hace años que perdieron la vida.

Chris negó.

—Te equivocas, Sofi —bajó su mirada clara—. Hace años que les olvidaste.

Aquellas palabras me hirieron de una manera inimaginable.

—¡Noooooooooooo!! —grité de manera desgarradora, haciéndome daño en la garganta por el esfuerzo—. ¡¡El tormento empezó por su muerte!! ¡¡Yo soy así por lo que les ocurrió!!

Chris colocó una rosa roja salida de ningún sitio en la puerta de donde yacían mis padres.

—Es cierto que cambiaste tras su muerte, pero la misma no fue la consecuencia de que tú dejaras de ser quien eras. Jamás les recordaste o trataste de asumir lo que les ocurrió; simplemente dejaste de pensar en ellos como escudo ante tu dolor.

»No te olvides de que el pasado siempre golpea dos veces. Dejaste de ser la misma en el momento en el que escuchaste la conversación que tuvo tita Carla con yaya Luz. Aquel fue también el último día en el que yo aparecí en tu vida.

»La prueba de que ya no piensas en ellos está aquí; tu subconsciente tiene ganas de verlos, pero tú te niegas a aceptarlo. Por ello no han recobrado la vida cuando tienes tantas ganas de estar a su lado.

Atónita por sus palabras no supe qué pensar.


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