Boceto de escena suelta =w=

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Elisa colocó su mano derecha sobre el moretón de suestómago. Le dolía, aunque todavía le hacía más daño el recuerdo de losinsultos y las vejaciones de los responsables de aquella marca. Ojaládesaparecieran.

—¿Eo?—interrogó alguien desde el pasillo. Elisa no contestó; se mantuvo callada, temerosa; asustada por la idea de que apareciera alguien más que le hiciera daño.

—SoyLucas, Elisa. No te escondas —dijo un chico alto y delgaducho.

Sucabello era castaño oscuro un poco largo; lo suficiente para taparle esasorejas tan grandes de las que estaba acomplejado. Tenía los ojos pequeños colormiel, de cortas pestañas. Su boca, en descompensación con el resto de susrasgos faciales, era grande; de labios carnosos. En conjunto daba comoresultado un rostro poco común, lo que le otorgaba un atractivo insólito.

Lasmanos de aquel chico eran grandes, de dedos largos y anchos. Tenía laconstitución delgada y ningún indicio de algún tipo de práctica deportiva.

—Eñeee—dijo ella como respuesta. Solía balbucear palabras ininteligibles cuando nosabía qué contestar. —Quiero irme a casa —sollozó con ñoñería enfurruñándosecomo lo haría una niña pequeña.

Lucassonrió al verla tan menuda sentada en aquella silla.

—¿Tellevo a casa? —Elisa asintió como respuesta. Se mordió el labio pasándose lalengua poco después sobre él. Lo hizo porque sabía que eso a Lucas le gustaba;él se ponía nervioso cuando ella lo hacía. Quizá si tenía suerte él la tocaría.Pondría sus labios sobre los de ella y después le pediría perdón avergonzado. Yentonces sería cuando Elisa se sonrojaría y trataría de buscar otra manera deprovocarle para que lo hiciera otra vez.

—Martame ha hecho pupa —articuló ella—. No entiendo por qué me hace daño si de normales como si yo para ella no existiera.

Lucasla abrazó como respuesta. Elisa sonrió sintiéndose completa. Cuando Lucas la reconfortabael mundo de Elisa recobraba su sentido, puesto que era él el único motivo porel cual ella seguía adelante.

—¿Estarássiempre conmigo? —inquirió ella; se había vuelto una costumbre aquellapregunta. Cada vez que Elisa sufría una vejación y Lucas la consolaba ella leformulaba aquella pregunta. Daba igual que la respuesta del chico fuera siemprela misma, y que se la repitiera un número incontable de veces. A medida que ibapasando el tiempo, Elisa necesitaba con más avidez que Lucas le contestara.

—Hastael fin de los días —dijo Lucas con tono de telefilm barato; exagerando lamagnitud de sus palabras.
Elisasonrió y se olvidó de todo; en aquellos instantes lo único relevante era elcontacto entre ambos cuerpos en aquel abrazo.


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