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Elisa mantuvo sus ojos fijos en los pupitres del aula vacíos. Nadie. No había ningún testigo de su soledad; ningún alma que le acreditara que aquel ser que le contemplaba con ojos taciturnos formaba parte de la realidad.

—Te duele, ¿verdad? —dijo él. Un mechón de su cabello azabache acudió a su ancha frente; lo retiró—. Responde.

Elisa abrió la boca. Su labio inferior tembló; vacilante. No contestó. El tipo sonrió con sorna y prosiguió con su discurso.

—Un silencio vale más que mil palabras —aseveró él satisfecho.

Elisa siguió sin articular palabra. Incómoda, se balanceó lentamente sobre sus pies.

—Son ellos los que no te comprenden. No es tu culpa —sentenció el tipo. Hizo una pausa de manera dramática—. Son incapaces de entenderte porque no eres como la multitud; porque no eres tan aburrida como los demás.

Elisa sacudió su cabeza, atontada. Se sentía como un pelele; un títere que estaba plantado en aquella habitación como decoración. El desconocido no podía estar absolutamente seguro de que ella le escuchara.

—Soy... diferente —pronunció ella. Un sonrisa de satisfacción se instauró en los labios agraciados del desconocido. Aquella respuesta a penas audible de Elisa le acababa de confirmar que aún existían esperanzas.

Satisfecho, el ser asintió con vehemencia, dándole la razón. La tenía en el bote.

Los dedos de él recorrieron la pizarra impregnada de polvo de tiza, trazando lo que parecía ser un garabato que se asemejaba a una rosa.

—Ésta eres tú —sentenció él señalando a la flor.

Elisa, con menos apatía que al inicio de la conversación, encaró una ceja con escepticismo. El desconocido continuó con su verborrea.

—Delicada y hermosa —dijo él—. Si no eres tratada con cuidado no tardarás en marchitar.

Desconcertada por aquellas palabras, Elisa le contempló inquisitivamente. Sobre la flor el desconocido dibujó unos puntos a modo de hormigas. Aquellos diminutos insectos estaban en todos lados; desde los pétalos hasta la raíz de la planta.

—Ésto son ellos —afirmó él señalando a las hormigas, las cuales eran un equivalente a las personas que la vejaron—. Igual de frágiles que tú. No obstante, jamás les verás de manera individual, sino en grupo. Siempre estarán acompañados. De este modo podrán atacarte y a la vez defenderse, puesto que uno, no puede contra ti, pero cincuenta, sí.

Patidifusa, Elisa tomó aire. Aunque se encontrara asombrada por ello, se veía capaz de hallarle el sentido a las palabras del tipo.

Finalmente, en el tallo de la rosa, el desconocido rayó unas cuantas líneas rectas horizontalmente, creando la ilusión de lo que parecían ser espinas.

—Ésa es la única diferencia entre una rosa y tú; ella tiene una defensa contra los agentes externos y tú no —tomó aire pausadamente—. Si lo deseas yo puedo hacer que dicha defensa forme parte de ti, para que así cada vez que te enfrentes a ellos tengas una pelea justa.

Elisa tardó unos instantes en encontrar la voz.

—¿Cómo? —dijo ella atolondradamente.

El desconocido sonrió e inhaló el aroma de la esencia de la chica. Sí, iba a ser suya.

—¿Te interesaría hacer un pacto?

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