Nemo me



La mujer vislumbró los inertes ojos del desconocido, los cuales aún se apreciaban más vacíos al prestar atención en ellos. Aquel tipo era lo más monótono que ella hubiera visto en su vida; llevaba su cabello castaño cortado uniformemente, y su cara inexpresiva estaba absuelta de arrugas que denotaran la huella de algún tipo de mueca, prueba de cualquier emoción.

El traje de chaqueta que portaba con aire rígido, como si fuera una escultura hierática griega, era completamente gris; desde la camisa hasta su corbata de nudo windsor.

—¿Qué quieres? —inquirió ella incómoda. El hecho de que aquel títere se hallara en frente suya no le complacía en absoluto, sino le provocaba desconfianza y miedo.

El tipo se mantuvo callado durante unos segundos que a la chica se le hicieron eternos. Finalmente abrió la boca y pronunció en tono plano:

—Soy tú.

Confundida, la chica arqueó una ceja. ¿De qué le estaba hablando? Había algo en todo ello que no cuadraba. Molesta, pensó que tal vez se burlaba de ella.

—Imposible —anunció tajante entrecerrando los ojos.

El tipo sonrió, pero el tirón de labios no le llegó a sus ojos opacos, los cuales a la chica en aquellos instantes le parecieron increíblemente siniestros. ¿Acaso habría algo bajo aquellas ventanas con las que le miraba? El desconocido se aproximó a ella. La mujer retrocedió. Él se recolocó su corbata aún con su falsa sonrisa de pelele en la boca.

—Me llamo Nemo y soy el reflejo de todos tus miedos; tus terrores, pesadillas e inseguridades. De tus mentiras y traiciones. Soy tu presente y tu pasado, y también tu futuro. Soy aquel en el que te convertirás y en el que te has convertido. Me alimento de ti.

La mujer, aterrorizada, únicamente atinó a tomar aire. No entendía lo que le decía; nada tenía sentido. ¿Por qué? ¿Por qué aquel hombre gris, aquel pedazo de masilla, afirmaba ser todo lo que era ella? Suspiró tratando de normalizar la velocidad de sus pulsaciones, y forzosamente inspiró, a la par que se mentalizaba para preguntar algo que no estaba segura querer saber.

—¿Por qué?

El tipo clavó sus apáticos ojos en ella. La mujer se sobrecogió; al contemplar con fijeza su dilatada pupila temía hundirse en el pozo de aquel agujero con el que supuestamente él la estaba mirando.

—Porque tu respuesta ante el dolor fue dejar de sentir.









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