La Reina de las Nubes

 

Había una vez, una joven que vivía en las nubes. Era feliz: le encantaba estar sentada sobre aquella esponjosa estructura; se sentía cómoda y reconfortada por la incorporeidad del lugar. Todos los días, la joven se alimentaba de algodón dulce, procedente del cielo, y estaba tan delicioso que, al saborearlo, sus ojos brillaban y su lengua se teñía de un color rosa chicle nada semejante al trivial que tenemos todos los mortales.

Aquella joven fue dichosa durante muchos años, hasta que, por desgracia, sus amigas las nubes empezaron a engordar, y a engordar, y a engordar... Se llenaron de agua, y llovió. 

«Chica bajo la lluvia» realizado por David

Cayó un torrente de gélidas perlas hacia el suelo, y junto a ellas, la joven entristecida por no poder comer, nunca más, algodón de azúcar. Ahora, estaba en lugar frío y descorazonador: ahora se hallaba desorientada en la tierra; un universo, tal vez demasiado crudo para ella.

Así pues, decidió construir unas escaleras lo bastante altas para llevarle de nuevo a las alturas. Desgraciadamente, no lo logró y se quedó condenada a yacer en una realidad material. A no ser... La joven llegó a la conclusión de que la única solución a su problema era conseguir ser etérea; convertirse en liviana, ligera, sutil y vaporosa, para que el cielo se percatara de que se había olvidado de ella y, de este modo, fuera en su busca.

Acto seguido, y tomada ya su determinación, se tumbó en la hierba verde primavera y clavó su vista en su anterior casa: la nubes. Se puso a rememorar su algodón dulce y la suavidad esponjosa de aquellos días. La joven entristeció, pues terminó dándose cuenta de que ya no echaba de menos al cielo, o al menos no lo hacía tanto como pensaba. Y es que, se había enamorado de lo terrenal; de los jugosos frutos de la simiente, y del mar. 

El celaje se sintió desconsolado cuando vio que había abandonado a la joven, y que por culpa de ello, no quería volver. Emanaron lágrimas amargas de su anterior mundo volátil, y ella, suscitada por la humedad de la hierba, sonrió ante las perlas saladas que caían sobre su rostro.



 

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