Aquella noche llovía, y llovía. Y de los ojos de Eco también caía agua. Estaban más empañados que las ventanas su cuarto. En su mente también había agua y, junto al ella, una imagen demasiado dolorosa como para ser evocada. Su cabeza la veía en retales; en momentos deconstruidos. Pero sus auténticas intenciones no estaban relacionadas con aquel recuerdo, sino enfocadas en el propósito de poner la mente en blanco y sólo olvidar. El sentimiento que paladeaba se le antojaba pesado, amargo y lleno de almizque. Tenía la sensación de que desde aquel suceso algo había cambiado dentro de él.
Eco cerró los ojos e intentó dormir pero, por desgracia, sus sábanas también empezaron a llorar. Todas ellas se llenaron de agua, sal y algo demasiado oscuro para poderlo describir con palabras. La ventana había sido abierta por una ventisca tan temperamental que no podía creer que fuera solo viento. El aire entró sin pedirle permiso e inundó el cuarto. Todo, absolutamente todo, terminó lleno de aquellas lágrimas.
Eco emitió un bramido repleto de rabia, que se camufló con el sonido de un trueno. Su voz se había convertido en lo mismo que auguraba su nombre. Impotente, se acercó donde estaba la ventana y trató de cerrarla con todo su empeño. Las cortinas, entonces, bailaron un vals demasiado intrincado como para ser mero fruto del azar. Hizo fuerza en su intento de cerrarla. Y más fuerza, y más fuerza… De nuevo, estalló un trueno que enmudeció al resto.
Otro relámpago hizo acto de presencia, o eso le pareció. No, no lo era; refulgía demasiado como para ser sólo eso. Frente a sus ojos relució el filo de un cuchillo: un arma, que sostenía con todas sus fuerzas entre sus manos. El recuerdo triste, la imagen amarga. Estalló su pecho como una bomba. Entonces, apuñaló con ira su reflejo en el cristal.
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Dibujo realizado por David ♥ |
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