Los amantes se miraron a los ojos, sabiendo que tal vez aquella sería la última vez que se vislumbrarían. El chico quería llorar de rabia y desesperación; la chica por el contrario se esforzaba tratando de no chillar maldiciendo aquellas desgarradoras circunstancias.
Fue entonces cuando se dieron cuenta de todo el daño que se habían hecho el uno al otro. Se amaban, y a pesar de ello no pudieron dejar atrás su orgullo, sus celos, y su egoísmo. El amor en ocasiones no era suficiente.
La chica rememoró avergonzada las veces que había coqueteado con desconocidos delante de él, con la intención de demostrarle que ella no era suya pero que la cosa no ocurría al revés. Pensó entonces en su satisfacción cuando él la reñía, cuando se enfurecía y proclamaba a los cuatro vientos que ella le pertenecía.
El chico rememoró aquellas noches que había salido de parranda, en respuesta a la actitud que ella tenía con él, con la intención de llevarse a la cama a una Doña Nadie que olía a alcohol y colonia barata; cuya tez deteriorada por los vicios no se podía comparar con la de su amada. Seguidamente su aventura concluía con una retirada del local llevando el rabo entre las piernas, plenamente consciente de que en su mundo no existía otra mujer que no fuera ella. No obstante aquella salida no le era en vano, pues hallaba gozo en las preguntas indiscriminadas de su mujer sobre dónde había estado y en las numerosas marcas de propiedad que alojaba ella posesivamente en su cuerpo.
Ambos, tras recordar aquellas escenas, arrepentidos y pensando que áquel podría ser su último momento juntos, abrieron la boca y musitaron vehementemente «Perdón»; aquella palabra salió de sus labios al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo para articularla.
Debajo de la mesa en la que se resguardaban escucharon el estruendo que produjo la caída de un trozo de escayola del techo. El suelo temblaba cada vez con más fiereza. ¿Cuánto tiempo tardaría en hundirse su bloque de pisos? Aterrorizados se abrazaron, tratando infructíferamente protegerse el uno al otro.
Veinticuatro horas después encontraron a Los Amantes con las manos ensortijadas. El equipo de rescate intentó separar su unión de dedos sin lograrlo. Y así fue como se despertaron en el hospital, agotados y doloridos por sus varios huesos fragmentados. Felices; pensando que ya que les habían concedido una nueva oportunidad, la iban a aprovechar.
Los Amantes
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