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Confundida la mujer trató de mitigar su dolor. Se vislumbraba al espejo y contemplaba su rostro en un intento de hallar qué era lo que estaba mal en ella. ¿Por qué? Sentía a millares a agujas bajo su piel, hiriéndola, haciéndole daño. Pero aquello no era dolor físico, no; iba mucho más lejos.

Entonces pensó que tal vez el daño terrenal mitigaría sus heridas espirituales. O no.

La mujer estaba perdida, no sabía ya quién era; se engañaba a sí misma con tal de no reconocer su imágen. Ahora era a una desconocida a la que distinguía en su reflejo; una chica que imitaba su más mínimo movimiento. No, ésa no era ella, ¿verdad...?, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

La mujer se mantuvo inexpresiva, dándose cuenta que la mejor forma de superar su complejos y problemas era aceptarse a sí misma.








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