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—En casi todas las familias hay un tonto o loco, hijita [...] A veces no se ven, porque los esconden, como si fuera una vergüenza [...] Pero en realidad no hay que avergonzarse, ellos también son obra de Dios.

—Pero en la familia no hay ningún loco, abuela— replicó Alba.

—No, aquí la locura se repartió entre todos y no sobró nada para tener nuestro propio loco de remate.

Isabel Allende - La Casa de los Espíritus



Tal vez cualquier madre estaría preocupada por que su hija fuera aficionada a invocar el alma de los muertos, pero ese no era el caso de Marina. A ella le encantaba ver a su inocente pedacito de vida sentada junto una mesa de tres patas con un mantel sobre la misma, el cual tenía dibujado un pentáculo. Los pies de la joven colgaban de su silla y las palabras arcaicas que pronunciaba eran semejantes al latín que se enseñaba en la antigüedad en las escuelas, con una única variación en la cual aquella inentendible lengua entonaba exageradamente las erres.

—Estella, cielo, ¿con quién te vas a comunicar hoy? —quiso saber su progenitora con un brillo de interés en sus ojos azules.

La chiquilla sacudió su cabellera morena e instantes después carraspeó, tratando de entonar un timbre de gravedad solemne.

—Con el abuelo —contestó ella imitando pobremente el tono de voz de una profesional.

Marta se mordió los labios y miró envesada como su hija tendía las cartas del tarot sobre aquella inquietante mesa intentando descrifar cuan dispuestos estaban hoy los espíritus.

Estella nunca fue una chica normal, de hecho, la mayoría de gente que la conocía se alejaba de ella llamándola rara. Y aún ahora, con sus trece anos recién cumplidos, se veía su disposición de no disimular sus extrañezas. A ella le encantaba todo aquello catalogado como esotérico, espiritual, naturalista... y no hacía el más mínimo esfuerzo por ocultarlo, era más, en ocasiones lo gritaba a viva voz. Estaba orgullosa de sus peculiaridades, y su madre también.

—Ayer , cuando fui a hacer la compra, dos señoras mayores me dijeron que perseguías a una gallina para un sacrificio, ¿es eso verdad? —quiso saber Marta.

Estella asintió, antes de añadir:

—Era necesario, sin aquel sacrificio no podía continuar con la invocación.

Su madre se echó a reír, y seguidamente se carcajearon los espíritus que residían en su casa. Estella por su parte sonrió, feliz, pensando en que algunas madres destilaban intolerancia al no animar a sus hijas en sus aficiones.

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